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Eduardo Cruz es un emprendedor colombiano que hace 3 años abrió un pequeño restaurante en una de las zonas altas de Bogotá. Su negocio funcionaba: tenía a 4 personas empleadas, unos ingresos con los que vivían él y su familia, ahorros y, lo más importante, una clientela recurrente, principalmente oficinistas de la zona.
Pero con la llegada del COVID-19 todo su mundo comenzó a agrietarse. El confinamiento paralizó su actividad y los clientes desaparecieron de la noche al día. Tuvo que acelerar sus ventas digitales a través de plataformas de domicilios, pero a día de hoy a duras penas representan el 15% de las que tenía antes de marzo.
Aunque Eduardo se siente afortunado porque sus ahorros le han permitido llegar hasta hoy, no es demasiado optimista cuando piensa en su futuro. “Si seguimos así, no creo que aguante más de un mes”, explica al teléfono.
Su situación no es ninguna novedad para miles de pequeñas empresas latinoamericanas. De hecho, en el triste ranking de sectores económicos más afectados por el coronavirus, las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) siempre aparecerán en las primeras posiciones.
No es que las mipymes latinoamericanas estuvieran especialmente bien antes de la crisis -de hecho, enfrentaban problemas estructurales como la baja productividad o la poca generación de empleos de calidad-, pero la situación actual las ha dejado, en su mayoría, en una situación complicada, algo que repercute en una buena proporción de la sociedad y de la economía.
Se calcula que en América Latina este tipo de empresas representan el 99% del entramado empresarial, emplean a más del 60% de los trabajadores y sus operaciones equivalen a más del 25% del PIB. Su fuerte presencia en el tejido socioeconómico de la región explica en parte el impacto que se estima tendrá el COVID-19 en las economías nacionales, con caídas del 9,1% del PIB en promedio y una subida del desempleo al 13,5%.
Pero la cuesta arriba que enfrentan empresarios como Eduardo no solo será consecuencia de la crisis del COVID-19, sino también de las herencias del pasado, caracterizadas por la baja competitividad, la menor innovación en comparación con otras regiones, la baja digitalización o las altas tasas de informalidad laboral.
Según Juan Carlos Elorza, director del Sector Privado en CAF, para enfrentar la adversidad provocada por la pandemia es imprescindible que los empresarios y gerentes tomen decisiones oportunas, por ejemplo creando órganos de gestión estratégica de la emergencia, acelerando la transformación digital, garantizando la seguridad de los trabajadores o ejerciendo con responsabilidad y resiliencia.
Las soluciones a los problemas históricos de las mipymes también son complejas y difíciles de implementar en el corto plazo. Si bien la creación de empresas en América Latina era elevada en comparación a Asia, por ejemplo, las compañías que sobrevivían solían crecer a un ritmo menor. Esta situación, que se explica esencialmente por la falta de innovación, limitaba las posibilidades expansivas del entramado de las mipymes de la región y, con ello, ralentizaba el crecimiento de los países. Está por ver cómo afectará la etapa post-COVID-19 a esta situación.
Otra de las asignaturas pendientes de las mipymes está relacionada con las altas tasas de informalidad laboral y con la poca participación de las pymes en el mercado virtual. Según Yeinni Andrea Patiño, gerente de Competitividad y Cooperación de Confecámaras, la falta de una cadena logística que garantice insumos, unida a la poca participación de las pymes el mundo digital, las ha perjudicado. De hecho, el 40% de las microempresas colombianas no poseen al menos una cuenta de correo electrónico, lo que constituye una barrera muy importante en la virtualización de los negocios
Son muchos los gobiernos de la región que, además de ofrecer ayudas a colectivos y sectores económicos vulnerables como las mipymes, están aprovechando para fomentar buenas prácticas que sienten las bases de un crecimiento más sólido en el medio y largo plazo. Muchas de estas medidas, articuladas por el sector público y privado, están destinadas a evitar que se pierdan más empleos y, pensando en la fase de recuperación, a incentivar nuevas contrataciones formales.
Estas medidas, unidas a nuevas políticas públicas, deberían contribuir a que las pymes de la región puedan eventualmente convertirse en una fuente de creación de empleo y en un motor de la recuperación económica. Es probable que no logren evitar el cierre de muchas pequeñas empresas como la de Eduardo, pero seguramente contribuyan a que las crisis del futuro no golpeen tan fuertemente a las mipymes de América Latina.
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