Pablo Sanguinetti
Ex vicepresidente de Conocimiento, CAF
Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate
Es innegable que en las últimas dos décadas América Latina logró avances asombrosos: la clase media creció a niveles históricos, la pobreza se redujo a casi la mitad, mejoró el acceso a educación y salud, se ampliaron los servicios sociales a sectores vulnerables y la mayoría de países latinoamericanos están hoy clasificados como de "renta media".
Pero a pesar de estas buenas noticias, todavía quedan varias asignaturas pendientes que impiden embarcar a la región en una senda de crecimiento económico sostenido que beneficie a todos los ciudadanos.
Encabezando esta serie de falencias está, por su trascendencia en todos los sectores productivos, la creación de un capital humano de mayor calidad que logre que nuestras empresas sean más competitivas y se equiparen a sus pares en las regiones más avanzadas.
En resumen, la situación actual es la siguiente: a pesar de que Latinoamérica es una región joven (el 67% de los latinoamericanos están en edad de trabajar) y abundante en empleos, muchos trabajadores no cuentan con las capacidades que reclama el mercado laboral, y eso limita el nacimiento y crecimiento de firmas productivas, que son las que generan los trabajos de mayor calidad. Esta situación se ve acentuada por los cada vez más apremiantes desafíos que impone la revolución tecnológica, cuyos cambios amenazan con ensanchar la brecha que existe entre habilidades disponibles y habilidades demandadas por el mercado laboral.
Las siguientes cifras pueden completar la radiografía de esta realidad: casi la mitad de los empleados trabajan en el sector informal; cerca de la mitad de los jóvenes latinoamericanos completa la educación secundaria; veinte millones de jóvenes -el 20% del total- no estudian ni trabajan; y la productividad es baja, hecho que repercute en el crecimiento a largo plazo del PIB.
Ante esta situación, los países de la región deberán apostar por mejorar las capacidades de su capital humano. Y en este proceso, las habilidades para el trabajo y la vida son los pilares fundamentales.
Pero no son solo las instituciones educativas quienes deben intervenir, sino que también hacen falta políticas más integrales y sistémicas que refuercen el papel de la familia, del mundo laboral y del entorno físico y social en la formación de un capital humano que permita a América Latina alcanzar su potencial de desarrollo.
Según señalamos en el Reporte de Economía y Desarrollo de CAF (RED 2016), las habilidades para el trabajo y la vida están relacionadas con tres grandes dominios, más básicos, que resultan importantes para el desempeño laboral y para los resultados en otros ámbitos de la vida de las personas: el cognitivo, el socioemocional y el físico.
Las estimaciones del informe muestran que las habilidades socioemocionales (como la perseverancia y determinación) son las que más se correlacionan con la participación laboral, la salud física y la felicidad, mientras que las cognitivas (como las habilidades numéricas) están más asociadas a los ingresos laborales y a la calidad del trabajo. Por su parte, las habilidades físicas interactúan positivamente con todos los resultados laborales.
Familia, escuela, entorno y mercado laboral
Teniendo esto en mente, las mejoras en el capital humano de la región deberían promoverse a través del ámbito familiar, en la escuela, en el entorno y en el mercado laboral. Aunque esto implica serios desafíos para las políticas públicas, si queremos sentar las bases de un capital humano de calidad es imprescindible abarcar todas las dimensiones donde se produce la formación de las personas.
Estas conexiones entre la familia, la escuela y el mundo laboral serían muy favorecidas por un entorno dotado con una infraestructura física y social adecuada que provea servicios públicos básicos, como el agua y saneamiento o espacios públicos seguros.
Los esfuerzos que se hagan en la esfera educativa, como por ejemplo dotar a las escuelas de más y mejores recursos humanos y materiales, deben ir de la mano de iniciativas que ayuden a las familias a invertir en sus hijos, asegurando que puedan destinar tiempo de calidad a su cuidado, que es un insumo crucial para el desarrollo temprano.
Paralelamente, el sistema educativo debe conectarse más eficientemente con el mundo del trabajo para mejorar las decisiones vocacionales de los jóvenes, proveyendo formación, información y experiencias que permitan la transición a buenos empleos.
En este sentido, el reto de los países latinoamericanos es generar políticas públicas coordinadas en todos estos ámbitos a que comandan la provisión de bienes y servicios útiles para las familias, la escuela, el hábitat y el mundo del trabajo. Si bien el desafío es enorme, también lo serán los retornos para las actuales y próximas generaciones de niños y jóvenes latinoamericanos.