
Nelson Larrea
Ejecutivo Principal de la Dirección de Programación de Sector Privado

Es ampliamente reconocido que el aguacate o palta tiene su origen en México y Centroamérica, donde se encuentran registros que datan de los 7000 a 8000 años A.C. La planta habría ido propagándose hacia el sur, donde se tienen evidencias arqueológicas de su uso alimentario y ritual en culturas anteriores a los Incas (desde aprox. 1500 A.C., según Velásquez, A., 2025). Incluso, su difusión y mayor siembra en amplias extensiones de su Imperio se debería a la conquista del Inca Tupac Yupanqui sobre la ‘Cultura Palta’ asentada en el actual Loja, Ecuador, donde su cultivo era muy difundido – y a lo que debemos el nombre más usual para el fruto en Sudamérica. Mucho más adelante, y más al norte, en California, el cartero y agricultor por casualidad Rudolph Hass, en la década de 1920 creó la variedad de aguacate que lleva su apellido, combinando genes mexicanos, que le dan una madurez temprana, y guatemaltecos, que le proveen de una cáscara dura que aguanta mucho mejor el transporte y comercio; actualmente es la variedad de mayor demanda global. Hoy en día, sólo para el día del juego final de la NFL, el Superbowl estadounidense, se importan para la preparación de salsa guacamole más de 130mil TM de aguacate desde México, país que exporta anualmente más de USD 2.800 MM de USD de este frutal al mundo, seguido de Perú con algo más de 1.200 MM de USD.
Hay muchas más historias de viajes interesantes, como la del café, de origen etíope, comercializado exclusivamente en sus inicios por los árabes (de ahí la categoría de cafés arábigos suaves), luego expandido por el comercio a través de los holandeses, y cuyo principal productor/exportador es actualmente Brasil, seguido de Colombia – con calidad reconocida - y Vietnam, que se alternan el 2do puesto; sin olvidarnos que mayor precio obtenido por calidad de taza en la historia lo tiene el Geisha de Panamá. La papa andina, que en el Siglo XVII salvó de hambre a Europa y ahora tiene unas 7.000 accesiones de germoplasma conservadas en el Centro Internacional de la Papa, estimándose que algo más de 4.000 papas de los andes son comestibles. Y el Teocintle, que desde México y Centroamérica se fue convirtiendo en el maíz que conocemos gracias a la domesticación por parte de los Aztecas y demás pueblos originarios de dicha zona, contribuyendo a la seguridad alimentaria global, con un volumen de comercio internacional de más de 190mil MM de TM anuales.
La agricultura tal como la conocemos hoy, pone en nuestras mesas los resultados de miles de estas ‘genealogías’ y recorridos desde lo que fueron plantas y animales silvestres que, gracias a la selección artificial humana después de la última glaciación, las grandes migraciones y el comercio permiten alimentar al mundo, pero también ofrecen grandes oportunidades para los bionegocios. La necesidad de adaptar los cultivos y crianzas a las condiciones agroclimáticas, hacerlas más productivas, resistentes a plagas y enfermedades, atractivas al consumidor en forma, tamaño, color y sabor, etc. ha obligado a los agricultores a asumir la paciente tarea de experimentar y esperar los resultados en sus campos. A lo largo de los siglos, se han ido sumando a esta labor, cada vez más compleja y ambiciosa, científicos y tecnólogos de muy diversas áreas, desde la genética, hasta el riego, fertilización, mecanización, y últimamente la robótica, la digitalización y la biotecnología. Incluso, la NASA genera gran parte de la información satelital con la que toman decisiones los productores estadounidenses y, en muchos casos alimenta directamente sus sistemas de agricultura de precisión ya automatizados para riego, fertilización, etc.
Bajo nuestra problemática actual, el escenario de cambio climático y los retos asociados de sostenibilidad, como la reducción de las emisiones de gases efecto invernadero del sector, se traducen en normativas y estándares para la producción y comercio que suman al reto de alimentar a una población global creciente . Todo ello agrega exigencias al sector, que se vienen abordando desde iniciativas públicas y privadas de innovación. Sin embargo, tal como lo destaca la Estrategia de Prosperidad Agropecuaria de CAF: “en América Latina y El Caribe, el nivel de inversión en infraestructura, ciencia y tecnología sigue siendo insuficiente. Respecto a I+D, la región representa solo el 2 % de la inversión global, muy por debajo de América del Norte y Europa (51 %) o Asia (39 %) (UNESCO, 2021). La mayoría de los países, salvo Brasil, no superan el 1 % del PIB en inversión en ciencia y tecnología”. Frente a ello, CAF propone en la citada estrategia sectorial apoyar estos esfuerzos en sus países miembros, tomando en consideración que: “el financiamiento, formación y acceso equitativo propio para la región en las nuevas tecnologías (como la mecanización y la robótica adaptada, la innovación digital, incluyendo el desarrollo y uso de la inteligencia artificial en los procesos productivos y servicios agropecuarios) será clave para el crecimiento sostenible del sector”.
Finalmente, para materializar estas innovaciones en el campo, se requiere que los servicios de capacitación y extensión también tengan el despliegue necesario, y que el sector productivo tenga acceso al financiamiento para adoptar los cambios. En tal sentido, CAF ya cuenta con algunos proyectos en cartera, y otros en perspectiva, que buscan facilitar esta transferencia tecnológica e inversiones en varios países de la región.