Jorge Arbache
Vicepresidente de Sector Privado, CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-
En estos días de acaloradas controversias sobre comercio internacional, a menudo hemos escuchado que el país A tiene déficit con el país B, o que el país C es menos competitivo que el país D. Desafortunadamente, estas disputas están normalmente basadas en análisis parciales, ya que casi nunca tienen en cuenta el comercio de servicios.
Las causas de la omisión son múltiples e implican, además de la conveniencia, una especie de inercia asociada a la antigua visión de que los países compran y venden mayoritariamente bienes. Esta inercia también está anclada en la academia, que sigue viendo a los bienes como objeto central de enseñanza e investigación en comercio internacional.
El problema es que el sector de servicios se ha vuelto central en la economía moderna. De hecho, los servicios ya constituyen la mayor parte de prácticamente todas las economías del mundo; nueve de las diez empresas más valiosas de la bolsa americana son del sector de servicios; y nuevas métricas y bases de datos muestran que los servicios ya predominan en los flujos comerciales.
Los servicios se exportan mayoritariamente "embarcados" o en complemento a un bien y cerca del 75% del comercio internacional de servicios consiste en insumos intermediarios. En razón de nuevos modelos de negocios y de nuevas tecnologías de producción y de gestión, los bienes y servicios se tornaron altamente interdependientes, por lo que ya perdió sentido la supuesta dicotomía entre comercio de bienes y de servicios.
Pero hay otras razones para no ignorar a los servicios y, entre ellas, están las evidencias de que el comercio de servicios crece más y es sustancialmente menos volátil que el de bienes; los modelos de negocio de servicios suelen ser mucho más sofisticados y dinámicos que los de bienes; las empresas de servicios se convirtieron en los principales promotores de nuevas tecnologías; la exportación de servicios estimula la adopción de estándares técnicos y regulatorios que conducen a un proceso de fidelización involuntaria del cliente; el sector pasa por una concentración sin precedentes a nivel global; y los servicios ya son la parte que más agrega valor en cadenas globales de producción -piense en el tratamiento del cáncer por inmunoterapia, cuyo costo por ampolla llega a decenas de miles de dólares a causa de la propiedad intelectual.
Cerca del 70% del comercio global de servicios tiene su origen en los países avanzados, pero se estima que esa participación estaría subestimada porque muchos servicios digitales y operaciones entre empresas no se contabilizan debidamente. Los países avanzados operan con un multibillonario superávit en servicios y la tendencia es de profundización de ese desequilibrio.
Considere los casos de Estados Unidos y Reino Unido, que tienen un superávit anual en el sector doméstico de unos US $ 300 mil millones y US $ 150 mil millones respectivamente. Esto ayuda a explicar por qué el sector se ha convertido en el principal destino de las inversiones extranjeras directas y de las operaciones de M & A en el mundo. Explica, también, la prioridad de las economías avanzadas para el área de los servicios y su activismo en favor de la total liberalización del sector, como bien ilustran las recientes discusiones sobre la reforma de la OMC y las ácidas disputas comerciales contemporáneas.
Estamos presenciando una creciente dicotomía entre, por un lado, productores, gestores y distribuidores de servicios y, por otro lado, consumidores de esos servicios, incluidos los digitales, lo que ayudaría a explicar las diferencias en las perspectivas de generación de empleo y crecimiento económico entre países.
Robert Lucas, de la Universidad de Chicago, uno de los más influyentes economistas vivos, dijo: "Una vez que se empieza a pensar sobre desarrollo económico, es difícil pensar en cualquier otra cosa”. Pero, en vista de las características, de la evolución y de las implicaciones del sector de servicios, no parece exagerado decir que una vez que se empieza a pensar sobre la economía del intangible, es difícil pensar en cualquier otra cosa.
Para América Latina, que necesita encontrar un modelo de crecimiento más sostenido, el tema de los servicios es fundamental y no puede ni debe ser visto como una agenda secundaria. Aunque la participación del sector en el PIB de la región es mayor que en las demás regiones en desarrollo, la participación de la región en el comercio global de servicios es desproporcionadamente baja y el comercio es muy deficitario, lo que es insostenible.
Esto se explica, en parte, porque los servicios suelen estar mayoritariamente orientados hacia el consumo, por la falta de una estrategia y porque la productividad de un trabajador latinoamericano del sector de servicios equivale a apenas el 18% de la de un americano. Hay, por lo tanto, enorme necesidad de inversiones y de modernización del sector.
Costa Rica, Panamá y Uruguay están entre los países con mejores servicios comerciales. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los avances tecnológicos ya empiezan a sustituir servicios intensivos en trabajo, que son los más exportados por los países emergentes. Con la llegada de la tecnología 5G y con la expansión de las fronteras de prestación de servicios remotos para áreas como educación, salud, finanzas, producción y mantenimiento, los desafíos para los países latinoamericanos son más grandes.
La región necesita colocar el sector de servicios en la agenda de política pública, para evitar perder el tren que está pasando por nuestra puerta. La tarea no será trivial, pero podemos inspirarnos en algunos negocios exitosos de empresas locales de servicios y en experiencias de otros países emergentes. Para avanzar, será necesario tener ambición, pragmatismo y una mirada amplia sobre las fuentes del dinamismo económico en el siglo XXI.