Elena Cardona Papiol
Especialista en género de CAF
Como cada año, el 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer. Existe la idea generalizada de que esta fecha es un día de celebración, de fiesta. Pero sus orígenes -y quizás también el panorama actual- son más sombríos de lo que parecen.
Institucionalizada en 1975 por la ONU, esta data rememora la huelga que llevaron a cabo las mujeres rusas en demanda de pan y paz en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, que fue seguida por la abdicación del zar cuatro días después y del reconocimiento al derecho a voto femenino por el gobierno transitorio. Se trata, pues, de un tributo a las mujeres que lucharon por el sufragio femenino y otras libertades.
En la actualidad, las organizaciones feministas de muchos países han convocado a las mujeres -y a aquellos hombres que quieran apoyarlas- a una huelga 8 de marzo, para poner de manifiesto el papel que las mujeres ejercemos en los mercados laborales, en las organizaciones e, inevitablemente, en las tareas domésticas y de cuidado. Esta economía reproductiva, imprescindible para que los mercados productivos operen normalmente, carece de un valor monetario y, por lo tanto, es invisible para la mayoría de sociedades.
A pesar de que se han logrado avances significativos desde 1917, la situación actual en buena parte del planeta refleja fuertes desigualdades de género, ya sea en lo relacionado a la violencia, a la discriminación, al acceso al crédito o al mundo empresarial.
En América Latina, por ejemplo, la participación laboral femenina ronda el 53%, mientras que la masculina alcanza el 78%. La menor representatividad femenina va aumentando a medida que se avanza hacia los puestos de mayor jerarquía, tanto en el sector privado como en el público, reflejo de las trabas que enfrentan las mujeres en sus carreras profesionales, sin olvidar las brechas salariales. Por ello, la huelga del 8 de marzo pretende destacar el valor agregado que suponen los aportes de las mujeres en la economía real y en la vida cotidiana de todas las personas.
Puesto que el acceso a los recursos financieros son esenciales para conseguir el empoderamiento económico, en los próximos años deberemos generar conocimiento e impulsar el financiamiento de proyectos socio-productivos. Es fundamental conocer el grado de penetración de las mujeres en los mercados financieros de la región, las principales barreras a las que se enfrentan para acceder a dichos mercados, los niveles en materia de educación financiera o la existencia de necesidades diferenciadas en cuanto a productos de ahorro y de crédito, a fin de favorecer una toma de decisiones adecuada y eficiente y contribuir así a la reducción de brechas de tipo económico.
En este sentido, un informe reciente concluyó que, aunque existen varias iniciativas exitosas, la mayoría de países de América Latina están rezagados en cuanto a la educación financiera y al acceso al crédito de las mujeres,hecho que provoca que ellas tengan menor capacidad de ahorro, menos acceso a préstamos y, en definitiva, menos posibilidades de desarrollo productivo.
De todas formas, hay algunos casos de éxito con los que se está logrando cerrar las brechas de género. Uno de ellos es la iniciativa Mujeres liderando el desarrollo inclusivo sostenible en la Provincia de Loja, en Ecuador, que ofrece nuevos medios de vida sostenibles para que las mujeres mejoren su acceso y control sobre los recursos productivos. El proyecto, llevado a cabo por ONU Mujeres y CAF –banco de desarrollo de América Latina-, se sustenta en el fortalecimiento de conocimientos y capacidades de las mujeres de la provincia de Loja, herramientas fundamentales para que puedan ampliar y expandir sus emprendimientos productivos sustentables, acompañado por un nuevo modelo de gestión a nivel provincial que articula los ejes productivos, ambiental y de inclusión.
La reducción de la violencia de género es otro de los retos pendientes de América Latina. Además de las acciones judiciales, es importante que nos centremos en desarrollar capacidades estatales, a través de la generación de marcos de actuación para prevenir, atender y reparar la violencia contra las mujeres y las niñas, a partir de la sistematización de buenas prácticas.
Existe un consenso a nivel internacional sobre el papel que la banca de desarrollo puede ejercer para impulsar la igualdad de género. En CAF, por ejemplo, estamos dando una respuesta integral a la problemática de la desigualdad de género en la región, y usamos tres herramientas: la acción directa, la transversalización de género y la acción preventiva. Adicionalmente, generamos conocimiento para facilitar la elaboración de políticas públicas por parte de los gobiernos.
Según el Foro Económico Mundial, aún faltan 170 años para cerrar completamente las brechas de género a nivel mundial. Con esta perspectiva, es necesario seguir trabajando entre todas y todos para incrementar los niveles de equidad, romper las barreras y obstáculos que enfrentan las mujeres en su vida diaria y conseguir una igualdad de género plena, para un mejor y mayor crecimiento económico y bienestar social.