Cada sociedad construye sus significados en un contexto histórico y cultural determinado. Y en el caso del género, este significado tiene que ver con características socialmente aprendidas, asociadas tanto con hombres como con mujeres.
Existen diferentes teorías, algunas enfrentadas, para explicar la inequidad de género a través de diferencias biosociales, institucionales y psicosociológicas. La Teoría de la Desigualdad de Ritzer, por ejemplo, se centra en la situación menos privilegiada de las mujeres, sea en recursos materiales, estatus social, poder u oportunidades. Por su parte, la Teoría de la Opresión da lugar a posiciones radical-feministas.
Estos dos ejemplos reflejan que la equidad de género no ha estado exenta de un largo proceso de avances y retrocesos, como quienes se oponían al divorcio en el siglo XIX o quienes defendían en el siglo XX que los hombres lleven a cabo papeles instrumentales (ganar dinero y cubrir necesidades de la familia), mientras que las mujeres lleven papeles expresivos y educativos (ocuparse de los hijos y crear un clima afectivo alegre).
El giro de los años 1960-1970 representó una revolución cultural: el control de la procreación fue tema central de reivindicación y se produjo también un acceso masivo de las mujeres al mercado de trabajo hacia la independencia económica como condición necesaria para la autonomía personal, en lo que Giddens explica como "política de vida". Para la década de 1990 y en el mundo occidental, con mayor frecuencia las mujeres vivían solas y con nuevas formas de cohabitación, de relación de pareja y de vida profesional.
No obstante, prevalece todavía que las mujeres ganen menos que los hombres y accedan con menor frecuencia en tareas de dirección, que da lugar a Crisis de Identidades: ¿Deben las mujeres adoptar actitudes masculinas para ser iguales? ¿Deben hacer triunfar otras normas y actitudes?
En esta perspectiva, teóricos de la equidad de género plantean a mediados de los 90 refuerzos conceptuales y encuentran afinidades con el enfoque de multiculturalidad, que defiende el "derecho a la diferencia" de las minorías y que concita el debate clásico de la filosofía política: la autonomía individual versus el interés grupal. No obstante, rápidamente encuentra rasgos que la alejan al promover la exacerbación de lo diferente.
En este proceso evolutivo, la equidad de género encuentra mayor afinidad con el concepto deinterculturalidad, que desde el campo de la educación busca examinar las culturas no como monolíticas, y que como proyecto sociopolítico parte del pluralismo cultural.
Agua, saneamiento y equidad de género
El acceso al agua y al saneamiento ha sido reconocido como Derechos Humanos desde 2010 y ha concitado el esfuerzo de los países en el avance de coberturas, refrendado por los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Actualmente, la región latinoamericana cuenta con más de 36 millones de personas que no cuentan con acceso mejorado al agua y más de 100 millones sin acceso al saneamiento.
En esta situación, quienes más padecen son los que tienen menos voz, que son los más pobres, y dentro de ellos, las mujeres, niños y niñas que se encuentran en desventaja respecto a las relaciones de poder. La incidencia sobre las relaciones de género no se refiere únicamente al análisis sobre la situación de las mujeres: un enfoque integral debe examinar las construcciones sociales y sus efectos en términos de diferencias, desigualdades, desequilibrios de poder, y diferenciación en el acceso a los servicios. La incorporación de una perspectiva de género debe darse en todos los ciclos del desarrollo, la planificación, la puesta en práctica y la evaluación de cada programa.
Por ello, los proyectos de agua y saneamiento deben incorporar la perspectiva de género en dos dimensiones: la constituida por las diferencias entre las necesidades y prioridades de las mujeres y de los hombres, que surgen de las distintas actividades y responsabilidades atribuidas a cada uno; y la constituida por las desigualdades en el control de los recursos hídricos y en el acceso al agua y los servicios de saneamiento.
Políticas del agua y su implementación con equidad de género
Las instituciones descansan en normas, culturas y políticas que a menudo perpetúan las desigualdades, sean de género o de grupos con menor capacidad de gestión o presión para defender sus derechos. Por esto, y especialmente en América Latina, una política pública con enfoque de equidad de género y de interculturalidad positiva puede contribuir a la gobernabilidad, que puede aplicarse en diversos niveles:
- A nivel macro, establecer una política pública inclusiva y transversalizada en todos los campos del quehacer público. Esto implica un proceso de institucionalización del Estado, como el sistema de presupuestos sensibles al género. A partir de esta base, será más fácil introducir normas, instituciones y prácticas inclusivas que rijan las interacciones sociales. Algunos países cuentan con Código de Buenas Prácticas Laborales que establece directrices en torno al reclutamiento y selección de personal, al desarrollo de carrera y capacitación y la representación equilibrada entre mujeres y hombres en puestos de jefatura y de responsabilidad directiva.
- A nivel meso, formular programas y proyectos con principios de equidad de género, en especial en los programas sociales. En proyectos rurales, de pequeñas ciudades o de zonas periurbanas, un enfoque de equidad de género debe considerar: i) que la opción técnica y los niveles de servicio respondan a las necesidades de ambos sexos; ii) que las decisiones y acuerdos incorporen la opinión e intereses de ambos; iii) que hombres y mujeres tengan acceso a todas las actividades de capacitación y educación en salud e higiene; iv) que hombres y mujeres participen en el comité directivo de la Junta de Agua; v) que se capacite y califique tanto a hombres como a mujeres para administrar, operar y mantener los servicios; y vi) oportunidad para que las mujeres participen también en la ejecución de las obras, con las remuneraciones correspondientes.
Su importancia se ejemplifica con la decisión sobre la construcción de un sistema de agua mediante piletas públicas o mediante conexión intradomiciliaria, donde la primera opción será menos costosa y con menor aporte de mano de obra de la comunidad, pero a su vez en esta opción suele ser la mujer (madre o hija) la que normalmente deberá acarrear el agua a la vivienda, limitando su tiempo para otras actividades. Sucede algo similar con la priorización de contar con saneamiento in situ en la vivienda, considerando los riesgos de la mujer al acudir a sitios alejados de su predio para sus necesidades.
- A nivel de implementación, este proceso pasa desde el simple diseño del taller o reuniones que sean efectuados en horas adecuadas para la participación tanto de hombres como mujeres, hasta la promoción de participación de las mujeres en los talleres; o bien en la definición de la distribución de tareas, de remuneraciones por el aporte de mano de obra, y en la formulación de estatutos o normas de operación de los comités.
Por lo anterior, la equidad de género no es un tema que atañe sólo a las mujeres, no es un tema que se limita a la acción afirmativa en puestos de trabajo; es una decisión que orienta el desarrollo de la sociedad en su conjunto, con inclusión y dignidad.