Lian Allub
Economista Principal, Dirección de Investigaciones Socioeconómicas, CAF -banco de desarrollo de América Latina-
En los últimos 80, años el producto por habitante a nivel mundial se ha casi quintuplicado. Pero lamentablemente, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se han multiplicado por siete. En otras palabras, el desarrollo ha implicado más emisiones.
Este proceso es insostenible. A los ritmos actuales de emisiones, quedan un poco más de 28 años para limitar el incremento de la temperatura en 2 grados Celsius (°C) con respecto a la era preindustrial. La sostenibilidad del planeta precisa entonces una transición energética que contribuya a reducir las emisiones. Para América latina y el Caribe, el futuro precisa además cerrar la brecha de ingreso por habitante respecto al mundo desarrollado, así como reducir la desigualdad y la pobreza que aún persisten.
La viabilidad de lograr un crecimiento vigoroso con reducción de emisiones, un proceso denominado desacople, depende de un cúmulo de factores ambientales, tecnológicos, regulatorios, económicos y culturales. Una condición que favorece este desacople es la reducción de la intensidad energética, definida como la energía consumida por unidad de producto generado. Usualmente, la intensidad energética se ha asociado al concepto de eficiencia energética; un factor que sin duda es de primer orden. No obstante, cambios en la intensidad energética también pueden provenir de cambios en la estructura económica.
En primer lugar, los sectores difieren en intensidad energética. El Gráfico 1 (panel superior). muestra la intensidad energética construida a partir de la base del Proyecto de Análisis Global del Comercio (GTAP, por sus siglas en inglés) en su versión de 2017. Se aprecia que, en promedio, el sector primario y terciario son los de menor intensidad energética y el sector secundario, el de mayor. Sin embargo, al interior de estos grandes sectores también existen diferencias importantes; más aún, dentro del sector terciario, destacan tres subsectores de transporte —aéreo (barra 48 en el gráfico), marítimo (barra 47) y otros (barra 46)— entre el grupo de los que tienen mayor intensidad energética de la economía.
En segundo lugar, la estructura económica cambia en el tiempo. El Gráfico 1 (Panel inferior) muestra la razón entre la importancia relativa de cada sector entre 2017 y 2011, nuevamente empleando el GTAP. Un número mayor que 1 implica que el sector incrementó su participación en el valor agregado total; entre 2011 y 2017, mientras que un número menor que 1 señala que perdió importancia. A grandes rasgos, el gráfico sugiere una reducción de la importancia de la mayoría de las industrias del sector primario, y un crecimiento importante de las industrias del transporte.
¿Cómo se pueden separar la contribución de la eficiencia energética del de la estructura económica para explicar los cambios en la intensidad energética?
En el RED 2024 aplicamos una descomposición, inspirada en la literatura de productividad, en la cual el cambio de la intensidad energética de una región o país se separa en tres componentes. El primero, cambio en la ineficiencia energética, recoge lo que habría sido el cambio en la intensidad energética agregada si no se hubieran producido modificaciones en la estructura económica. El segundo componente, cambio en la estructura, recoge el cambio de la intensidad energética agregada si ningún sector hubiese experimentado variaciones en su intensidad energética. El último componente, término de interacción, es el cambio en la intensidad energética de la región o país que no es atribuible exclusivamente a los cambios en la intensidad energética sectorial o a los cambios en la estructura económica, sino a la interacción de ambas fuerzas (para más detalles ver RED 2024).
En los datos de GTAP, entre 2011 y 2017, se produjo una caída de la intensidad energética en América Latina y el Caribe de aproximadamente el 7 %, y en la OCDE, de aproximadamente el 9 %. Sin embargo, para ambas regiones, la reducción en el término de ineficiencia es considerablemente mayor a la caída de la intensidad energética agregada, mientras que el efecto del cambio en la estructura económica es positivo. Esto significa que las ganancias en eficiencia entre 2011 y 2017 en ambas regiones fueron parcialmente contrarrestadas por cambios en la estructura económica.
En efecto, según los cálculos de descomposición, si la estructura económica no hubiese cambiado, la caída de la intensidad energética habría sido del 20 % en América Latina y el Caribe, más del doble de la experimentada. Este rol que jugó el cambio en la estructura económica es consistente con la reducción de la importancia de las industrias del sector primario (típicamente de baja intensidad energética), combinada con el crecimiento de sectores como el de transporte, de gran intensidad energética mencionada previamente.
Aunque los resultados obtenidos por las descomposiciones son específicos al periodo de tiempo estudiado, permiten concluir que el estudio de la intensidad energética y, por ende, de la transición energética en general, no debe hacerse de espalda al fenómeno de transformación estructural de las economías. Cambios en la estructura económica afecta la evolución de la intensidad energética, y, por tanto, la viabilidad del desacople y del éxito de mitigación. Este resultado es de interés en el contexto de un potencial proceso de powershoring, según el cual la región, en virtud de su potencial energético, podría atraer actividades intensivas en energía; lo que impactaría la intensidad energética de sus economías.