Sergio Díaz-Granados
Presidente Ejecutivo, CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-
Colombia
Las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) son la esencia del tejido socioeconómico de América Latina y el Caribe. Y como buena esencia latinoamericana, están llenas de matices, contrastes y paradojas. Por un lado, emplean a más de la mitad de los latinoamericanos y representan al 90% de las empresas existentes y, por otro lado, apenas aportan un 25% al PIB regional (en contraste con el 50% que aportan las mypimes en los países de la OCDE).
En las arterias de estas empresas confluyen casi todos los problemas de la región (desde la informalidad, la baja productividad o la poca generación de empleo de calidad), pero también muchas de nuestras esperanzas futuras (la creatividad, la resiliencia, el emprendimiento o el potencial de la sostenibilidad).
Mientras trabajamos por solucionar los males que aquejan a las mipymes de la región e impulsamos sus virtudes, no podemos perder de vista las grandes tendencias empresariales de las próximas décadas: la sostenibilidad y la digitalización. Es imprescindible adelantarnos a la nueva forma de hacer negocios marcada por nuevas normativas de reporting con criterios de sostenibilidad, por ejemplo, algo irreversible a nivel global y donde América Latina y el Caribe no puede quedar rezagada.
Las mipymes latinoamericanas deben sumarse a las cadenas de valor de la mitigación y adaptación al cambio climático, favorecer la riqueza ambiental y la biodiversidad de la región, al tiempo que aceleran su digitalización para poder competir mejor, internacionalizar sus productos y aumentar sus niveles de productividad.
El primer escollo para lograr mipymes más verdes y digitales tiene que ver con condicionante histórico: no crecen lo suficiente ni generan suficiente empleo de calidad y, por lo tanto, no suman el suficiente valor agregado al tejido socioeconómico. América Latina y el Caribe crea más empresas en comparación a Asia, por ejemplo, pero tiene muchas firmas muy pequeñas, en general informales, y pocos emprendimientos medianos y grandes. Además, aquellas que se sostienen en el tiempo suelen crecer más lentamente que sus pares en las economías más avanzadas.
De igual manera, el valor de las exportaciones reportadas por mipymes de la región es relativamente escaso (ronda el 5% del total de las exportaciones, mientras que en Europa alcanza el 40%). Adicionalmente, nuestras mipymes muestran elevados niveles de cierre de operaciones por inviabilidad, así como dificultades para crecer en mercados y generar mayores niveles de empleo de calidad.
El desarrollo de la productividad, la sostenibilidad y la digitalización de las mipymes es crítico para el crecimiento económico y la estabilidad de la región. Mejorar la productividad no solo aumenta la competitividad a nivel nacional e internacional, sino que también contribuye a reducir la informalidad laboral, otro de los grandes lastres históricos de la región.
Contar con instrumentos financieros adecuados es crucial para impulsar el desarrollo de las mipymes. Estos instrumentos, que pueden incluir préstamos, líneas de crédito, capital de riesgo y programas de financiamiento específicos, proporcionan un acceso necesario al capital para invertir en crecimiento, innovación y expansión.
Además, permiten financiar proyectos, adquirir activos, contratar personal calificado y, en última instancia, mejorar su competitividad en el mercado. Al facilitar el acceso al crédito y la inversión, los instrumentos financieros contribuyen a la generación de empleo y al fomento del espíritu emprendedor, impulsando así el desarrollo económico y la estabilidad en la región.
En resumen, la creación y disponibilidad de instrumentos financieros adecuados es un catalizador esencial para el crecimiento y el éxito de las mipymes, desencadenando un efecto positivo en toda la economía.
Por eso, desde CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-, vemos a las mipymes como un segmento estratégico para el desarrollo de la región. Nuestras líneas de crédito han beneficiado a más de 320.000 microempresas y más de 110.000 pymes de la región entre 2020 y el cierre de 2022. Del lado de los productos no financieros, trabajamos en programas de fortalecimiento institucional para procurar mejores servicios dirigidos a mipymes, y también ofrecemos programas de capacitación en temas relacionados con la innovación, la transformación digital, la internacionalización y la integración productiva mediante modelos colaborativos como encadenamientos productivos y clusters.
Con estas acciones estamos ayudando a posicionar una visión integral del desarrollo empresarial que combine elementos macroeconómicos con acceso a financiamiento adecuado, fortalecimiento de capacidades de innovación y adopción tecnológica, así como la facilitación del comercio para enlazar unidades productivas con cadenas de valor globales, con la finalidad de tener mipymes más resilientes, productivas, competitivas y sostenibles.
Los gobiernos de la región también están poniendo su granito de arena. Entre las medidas más eficientes que se han llevado a cabo están los incentivos fiscales, financieros y regulatorios para fomentar la creación, formalización y expansión de las empresas; la mejora de la conectividad y de los servicios públicos para facilitar el acceso a los mercados; la promoción de la internacionalización; el apoyo en la transición hacia una economía verde y circular; o el fortalecimiento del capital humano y social.
Dentro de las grandes tendencias que mueven a las economías modernas, en América Latina y el Caribe, las mipymes siguen siendo una luz que suele distorsionarse y difuminarse con demasiada facilidad. En los próximos años, tenemos que apostar porque esta luz tenue se convierta en un faro. Y esto solo lo lograremos con más sostenibilidad y más digitalización.