Oswaldo López
Economista principal de CAF en Brasil
Este artículo también se publicó en América Economía
Las estadísticas demográficas de las últimas décadas revelan cómo Brasil cursa uno de los más vertiginosos procesos de envejecimiento poblacionales en la historia contemporánea de la humanidad. La esperanza de vida para el habitante amazónico ha aumentado desde 45,5 años en 1940 hasta 75,5 años en 2015, mientras que aumentó en 8,9 años (al pasar de 13,2 años a 22,1 años) en el estrato de adultos mayores (por encima de 60 años). Muy probablemente, para 2050 Brasil tendrá cerca de 66 millones de adultos mayores viviendo en su predios, cantidad tres veces superior a la registrada en la actualidad (24 millones).
Si bien las tendencias demográficas globales indican que la población mundial está envejeciendo, el ritmo de Brasil destaca por su rapidez. Países como Francia, Reino Unido o España, archiconocidos por la longevidad promedio de sus habitantes, tardaron al menos tres veces más tiempo que Brasil para duplicar el porcentaje de su población en edad mayor. Se espera que en 2040, el segmento de la tercera edad brasileña represente una quinta parte de la población total, luego de haber marcado 10% en 2010.
Entre los tradicionales explicativos de las transformaciones demográficas (fecundidad, mortalidad, migraciones, guerras y/o epidemias), las caídas en la tasa de fecundidad y mortalidad son los elementos que mejor explican el ensanchamiento de la pirámide poblacional brasileña. El número de hijos por mujer se ha reducido significativamente en los últimos años. En 2015, se ubicó en 1,7, lo cual fue bastante inferior al promedio procreado por las abuelas dos generaciones atrás (6,3 hijos/mujer). Las mejoras en las condiciones socioeconómicas también permitieron que la tasa de mortalidad descendiera en las últimas décadas, bajando a 5,9/1.000 hab., significativamente menor a los estándares de la década de los años 1950s (15,5/1.000 hab.).
Varios son los desafíos que trae consigo el rápido envejecimiento poblacional, siendo el más publicitado las implicaciones sobre el sistema de Previsión Social. La merma de los ingresos vinculados a la relativamente menor base de contribuyentes y el aumento de los gastos asociada a la cada vez mayor capa de beneficiarios, ha tornado el actual sistema de jubilación financieramente inviable. Para 2016, se estima que el déficit del régimen general de seguridad social haya superado 4,0% del PIB, lo que representaría un máximo histórico según las estadísticas disponibles. En perspectiva, las previsiones son mucho más desalentadoras. De continuar funcionando bajo las reglas actuales, el gasto previsional proyectado para el sistema general de retiro apunta a 23% del PIB, para 2060.
Considerando que la previsión social funciona como un esquema de reparto, es decir, los trabajadores activos fondean a los pensionados, los desequilibrios financieros generados por el sistema terminan siendo cubiertos por el Tesoro Nacional, lo cual lastra determinantemente cualquier intento de consolidación fiscal. En este sentido, la clase parlamentaria tiene como principal tarea para este comienzo de año, aprobar una reforma previsional que lleve el actual sistema hacia un esquema financieramente sostenible, más justo y menos pesado para las cuentas fiscales.
Sin embargo, la redefinición de la seguridad pensional no es el único desafío para un Brasil cada vez más longevo. En movilidad, una sociedad con crecientes adultos mayores precisa mejorar las facilidades de transporte público urbano, no sólo en el acceso a los propios vehículos para el desplazamiento sino también en los mobiliarios complementarios, como bancos, calzadas o caminarías. También, requiere re-pensar los servicios de salud para adecuarlos a la mayor demanda de cuidados de enfermedades crónicas no transmisibles (cardiovasculares, cáncer, diabetes, etc.), en detrimento de dolencias infecto-parasitarias más vinculadas a pacientes jóvenes. Y, tal vez el desafío más relevante dado su impacto multisectorial, sea afrontar el agotamiento del llamado “bono demográfico”, el cual tendrá efectos sobre el empleo, la formación de capital humano, la generación de ahorro y la productividad.
El cambio demográfico pudiera equipararse con los mayores retos que ha enfrentado Brasil en su historia (urbanización acelerada, universalización de la salud o educación, etc.) especialmente porque su marcha difícilmente pudiera alterarse con el establecimiento de metas gubernamentales o decisiones de grupos sociales. El país exige un diseño apropiado de políticas públicas, donde la creación de instituciones, provisión de infraestructura y programas públicos se corresponda con las demandas de la creciente masa de “abuelos” que se gesta día a día en los pueblos y ciudades. Afrontar estos desafíos de largo plazo es tarea que debe asumir la clase política y la sociedad como un todo, desde hoy.