Edgar Lara
Especialista de género de la Gerencia de Género, Diversidad e Inclusión, CAF -banco de desarrollo de América Latina-
Este es el primero de una serie de blogs con motivo del Día Internacional de la Mujer
El acceso a financiamiento es uno de los factores más importantes para que una persona esté empoderada y sea autónoma a nivel económico. Esta afirmación es especialmente válida para aquellos grupos en estado de vulnerabilidad social o con restricciones a las oportunidades económicas, como son las mujeres.
Esta razón debería ser suficiente para volcar nuestros esfuerzos en propiciar el acceso de las mujeres a los productos y servicios financieros, con la finalidad de facilitarles la ampliacón de sus posibilidades de desarrollo productivo, personal y familiar. No obstante, existen brechas de género en cuanto al acceso, cobertura y uso de los productos y servicios que ofrecen las entidades financieras.
En América Latina y el Caribe (ALC) solo el 49% de las mujeres tiene una cuenta bancaria, el 11% ahorra y el 10% dispone de crédito, valores que para los hombres representan el 54%, 16% y el 13% respectivamente, según el Banco Mundial.
Por su parte, un reciente informe de CAF -Banco de Desarrollo de América Latina- revela que en los países andinos existen brechas de género en cuanto a las capacidades financieras de las personas: lo hombres tienen ventajas sobre las mujeres en términos de conocimientos, comportamiento y educación financiera, en tanto que las brechas se cierran en relación a la actitud para el manejo del dinero.
En ALC, la inserción de las mujeres al financiamiento ha estado marcada por una mayor participación o acceso a los servicios financieros de las Instituciones de Microfinanzas (IMF), lo cual se explica por su vocación de trabajo en los segmentos poblacionales de bajos ingresos o excluidos del sistema financiero tradicional. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el porcentaje de mujeres prestatarias de las IMF es del 61,9%, solo en México representan el 85%. Además, la apuesta de las IMF al financiamiento de la micro y pequeña empresa (MYPE) ha favorecido el acceso de las mujeres al crédito ya que se ha constituido como uno de los segmentos empresariales en donde las mujeres han logrado una mayor participación en su propiedad o gestión.
Si bien las mujeres tienen una participación importante dentro del financiamiento que ofrecen las IMF, las condiciones en términos de montos y tasas de interés difieren significativamente de las que ofrecen la banca tradicional; a pesar que el nivel de morosidad de las mujeres en las IMF es bajo, se enfrentan a montos pequeños y a tasas de interés altas.
La Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras de Chile, que ha desarrollado un sistema de indicadores género, revela la existencia de brechas de género en su sistema financiero: la base de deudoras mujeres es 8 puntos porcentuales menor a la masculina; el monto total de crédito vigente es 46 puntos menor al de los hombres; en los créditos de consumo y comerciales las mujeres tienen tasas de interés mayores y montos de créditos menores que los hombres, en términos de plazos para los de consumos no hay diferencias importantes y en tanto que para los comerciales los plazos son más largos para las mujeres; en los créditos hipotecarios no hay diferencia marcadas en tasas y plazos, pero si en monto, el cual es mayor para las mujeres; en cuanto a la integridad financiera, los niveles de morosidad de los hombres es superior a los de las mujeres.
La situación anterior tiene su explicación en la existencia de una serie de consideraciones de género: los patrones socioculturales que limitan el acceso de las mujeres a la propiedad repercuten en que éstas dispongan de menos garantías o colaterales para ser sujetas de crédito; la brecha de ingreso que tiene su base en la desvalorización de la fuerza de trabajo femenina repercute en la elegibilidad por parte de la banca tradicional para otorgar a las mujeres montos mayores de financiamiento con respecto a los hombres; a esto habrá que agregar la falta de conocimiento que las mujeres tienen sobre las fuentes, productos o servicios de financiamiento y en cuanto a cómo negociar en el sistema financiero.
Adicionalmente, estudios sostienen que las mujeres tienen una mayor aversión al riesgo, así como un comportamiento más conservador en cuanto a decisiones de inversión, emprendimiento de un negocio o ampliación de su capital, lo cual genera menores niveles de endeudamiento con respecto a los hombres. Si bien hay cierta evidencia de género en la gestión del riesgo, esto no debe considerarse con un hecho natural propio de las mujeres; las diferencias de edad, la formación, la trayectoria profesional, los conocimientos sobre el mercado y las finanzas, la propiedad sobre los activos, la corresponsabilidad en los cuidados, las situaciones de vulnerabilidad constituyen factores que podrían minimizar la aversión al riesgo por parte de las mujeres.
Por otra parte, es probable que las entidades financieras y su personal estén condicionados por los estereotipos y roles de género de las mujeres en los procesos de evaluación de las solicitudes de créditos, de tal manera que se favorezca a los hombres dado su estatus según la División Sexual del Trabajo. También, la ausencia de análisis de género en el desempeño de las carteras de créditos y de las mujeres en los diferentes segmentos empresariales genera que las entidades financieras desaprovechen un mercado con alto potencial y recluyen a las mujeres a esquemas de financiamiento con restricciones para hacer crecer sus negocios.
Ante ese contexto, CAF como parte de su proceso de generación de conocimiento para el desarrollo y para mejorar la gestión de las políticas públicas, está analizando el estado de situación de la inclusión financiera en la región desde una perspectiva de género e identificando buenas prácticas de políticas o programas que contribuyan a cerrar las brechas en el acceso y uso de productos y servicios financieros. Con este proceso, pretendemos sustentar y orientar adecuadamente las estrategias que persiguen propiciar un entorno favorable para que las mujeres tengan las mismas oportunidades de financiamiento que los hombres.