Sergio Díaz-Granados
Presidente Ejecutivo, CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-
Colombia
En un mundo en constantes tensiones comerciales, guerras en varios continentes, volatilidades políticas, fricciones democráticas y la siempre presente losa del cambio climático, la renovación de las relaciones entre la UE y América Latina y el Caribe ofrece nuevos aires de esperanza para la estabilidad global.
En septiembre de este año altas autoridades financieras europeas, latinoamericanas y caribeñas emprendieron un viaje a Santiago de Compostela para llevar las relaciones entre Europa y América Latina y el Caribe a otro nivel, tanto desde la perspectiva comercial como económica, de cooperación y geopolítica.
Por primera vez en la historia, y después de ocho años de relaciones bilaterales, intermitentes y fragmentadas, los ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea y de América Latina y el Caribe se reunieron para poner la primera piedra de una nueva alianza global, que está llamada a sumar fuerzas e impulsar una visión del mundo basada en la sostenibilidad, los valores democráticos y la cooperación.
Para explicar lo que sucedió en Santiago tenemos que devolvernos un año atrás, a Madrid, cuando desde CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe- nos reunimos con el Gobierno de España para intentar recalibrar las relaciones entre la UE y la región. La presidencia española del Consejo de la UE estaba cerca, y la opción de una reunión de ministros de Economía y Finanzas de la UE con sus pares de la región era apenas una idea peregrina.
Poco a poco, con el liderazgo de España y CAF, la idea fue tomando forma. La primera parada fue la Cumbre de Jefes de Estado de Bruselas, donde la Comisión Europea anunció una agenda de inversiones de 45.000 millones de euros para la región, que se canaliza a través del Global Gateway. Y el camino llegó a Santiago de Compostela, donde construimos nuevos puentes para las relaciones de dos bloques que, dados sus lazos históricos, culturales, familiares y comerciales, están destinados a colaborar más estrechamente para enfrentar los grandes desafíos globales.
La reunión de Santiago es un primer acercamiento a lo que, con el paso del tiempo y con el trabajo de todos, puede ser una alianza global que salvaguarde la sostenibilidad del planeta. Tenemos que seguir del lado de la acción y promover una visión a medio y largo plazo que trascienda los ciclos políticos y se centre en superar las brechas socioeconómicas de la región y en la Agenda 2030.
No podemos contentarnos con reuniones esporádicas. Por eso, en Santiago acordamos nuevos mecanismos de seguimiento a las inversiones europeas, que incluyen reuniones trimestrales para compartir buenas prácticas y considerar los próximos pasos para ampliar la agenda de inversión. La primera de estas reuniones tendrá lugar en Bruselas en el primer trimestre de 2024.
Debemos preservar este espacio de diálogo y chequear el proceso de esos 45.000 millones de euros que queremos se ejecuten hasta el 2027 a través de proyectos que impacten a toda la región. Hoy tenemos medio millar de bancos de desarrollo a nivel mundial, que proveen el 12% del financiamiento mundial y que están trabajando más coordinadamente, como vivimos en la cumbre Finance in Common de Cartagena, Colombia, pero no es suficiente; necesitamos ir mucho más rápido que la crisis.
Hasta el momento, dentro de la agenda del Global Gateway hemos identificado 136 proyectos de inversión en América Latina y el Caribe. De este listado, CAF tiene 70 iniciativas que contribuirán a reducir la pobreza y la desigualdad, impulsar la transición verde y justa y la transformación digital.
La implementación del Global Gateway requiere de audacia, compromiso y mente abierta, así como de reconocer las asimetrías entre las dos regiones como punto de partida. Si bien los instrumentos de los que disponemos son variados y potentes, las emergencias climáticas, alimentarias, financieras y sociales nos demanda nuevas formas de hacer las cosas.
Tenemos que aprovechar este nuevo impulso para redefinir la relación UE-América Latina y el Caribe. Los últimos años reflejaron unas relaciones basadas en intereses fragmentados, enfocados solo en algunos temas o en los lazos entre ciertos países. Esto generó brechas significativas en el comercio y el desarrollo sostenible. Ambos bloques se beneficiarían de una agenda más amplia que vincule a las regiones en su conjunto, en lugar de acuerdos entre pequeños bloques de países que se alineen en asuntos ambientales, comerciales y de inversión.
Según un informe reciente de Elcano, ampliar y armonizar los acuerdos comerciales entre los países de la región y la UE crearía un espacio económico inmenso: 1.100 millones de personas y un PIB total de más de 21 billones de euros, similar al de Estados Unidos. Finalizar el acuerdo UE-Mercosur sería un paso crucial en la dirección correcta.
Para hacer realidad este potencial, los políticos europeos deben ver a América Latina y el caribe no solo como una fuente de materias primas, sino como un socio igualitario para abordar los desafíos globales. La región tiene un historial comprobado en el diseño de soluciones innovadoras: los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, por ejemplo, nacieron en la Cumbre Río+20 y son producto de los esfuerzos de los países de ALC para construir un mundo más equitativo y resiliente.
La lucha contra el cambio climático, por ejemplo, requerirá una inversión a gran escala y una rápida innovación, especialmente en nuevos materiales y formas de movilidad, servicios digitales y gestión de los recursos naturales. La acción climática también crea oportunidades para la transferencia transfronteriza de tecnología y el fortalecimiento de la agroindustria. El programa Global Gateway puede continuar en estos objetivos, pero debemos avanzar antes de la próxima reunión de jefes de estado y de gobierno de Europa y América Latina y el Caribe en 2025.
Uno de los instrumentos financieros que están sobre la mesa es el relacionado con los canjes de deuda por naturaleza, una opción beneficiosa para América Latina y el Caribe, una de las regiones menos contaminantes y que sufrirá los peores efectos del calentamiento global.
En paralelo, tenemos que apoyar a los bancos nacionales de desarrollo. Por ejemplo, CAF ya está invirtiendo en la creación del Blue Green Bank en Barbados, que será un banco de desarrollo público con una vocación de trabajo regional en todo el Caribe, enfocado en preservar la salud de los océanos, mejorar las condiciones de vida de las poblaciones que habitan los litorales continentales y las islas, y fomentar la sostenibilidad en todas las cadenas productivas.
Otro instrumento innovador son los Derechos Especiales de Giro (DEG), un activo mundial al que le podemos dar nuevos usos con innovación, responsabilidad y voluntad política. Podemos considerar opciones como usar los DEG como solución de financiamiento para enfrentar el cambio climático. Existe un potencial enorme para redistribuir estos activos hacia América Latina y el Caribe, de manera innovadora para cambiar el sentido de la ecuación, protegiendo nuestros activos ambientales y acelerando el proceso de descarbonización.
Además, el uso de garantías y seguros es también un instrumento para la transferencia de riesgo y mayor apalancamiento público y privado en proyectos intensivos en externalidades ambientales positivas.
La nueva agenda de inversiones de la UE en América Latina y el Caribe tiene objetivos claros y la voluntad política necesaria para avanzar. Es el momento de hacer, poniendo nuestra parte en este proyecto por el desarrollo y la sostenibilidad de América Latina, el Caribe y Europa. Así nos lo demandan nuestros ciudadanos y el planeta.