La tercera ola de la banca de desarrollo multilateral
Actualmente existe una alta demanda de los países en desarrollo de acceder a recursos financieros para invertir en la modernización y creación de nuevas infraestructuras.
En Junio de 2016, el gobierno de Bangladesh obtuvo un crédito por 165 millones de dólares para mejorar la electrificación de áreas rurales; seis meses más tarde, China recibió un préstamo por 75 millones de dólares para desarrollar un proyecto de distribución de energía solar.
Probablemente estas noticias pasaron desapercibidas para el público general, sin embargo, para muchos analistas financieros estas operaciones marcaron un antes y un después para la banca de desarrollo multilateral, dado que constituyeron la entrada en escena del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) y el Nuevo Banco de Desarrollo-BRICS (NDB), respectivamente.
Según Hongying Wang, la historia de los bancos de desarrollo multilaterales (MDB, por sus siglas en inglés) puede dividirse en tres olas o etapas. La primera comenzó con la aparición del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento-Banco Mundial (BIRF-BM) en 1945, iniciativa que fue replicada por entidades regionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (1959), el Banco Africano de Desarrollo (1964) y el Banco Asiático de Desarrollo (1966). Salvo la Corporación Andina de Fomento (1970) y el Banco Islámico de Desarrollo (1973), instituciones también creadas durante este período, las multilaterales de desarrollo seguían un patrón similar al BIRF-BM, es decir, funcionaban con mayoritaria participación accionaria de miembros donantes (países avanzados occidentales) que decidían las estrategias de intervención de las entidades. La segunda ola, cronológicamente ubicada en la década de los noventa, se inició con el derrumbe del sistema comunista en Europa y el perentorio financiamiento que precisaban las ex naciones soviéticas en su tránsito hacia una economía de mercado. En esta etapa surgieron el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (1991) y la redefinición del Banco Europeo de Inversiones en el EIB Group en 2000.
Bajo esta secuencia, la tercera ola hace su aparición en los años 2010, con la constitución de los citados AIIB (2014) y NDB (2014). Aunque la creación de estas instituciones es de reciente data, su gestación se refiere a la década anterior, durante la pugna librada por las economías emergidas y emergentes por conducir la arquitectura financiera global. El vertiginoso crecimiento de los países emergentes en los años 2000, no fue correspondido con una mayor representatividad en el sistema de bancas multilaterales, lo cual generó frustraciones que terminaron en la creación de entidades financieras paralelas (como la AIIB y NDB), donde estos países, con China e India a la cabeza, se garantizan un papel protagónico en la toma de decisiones.
Más allá de las definiciones cronológicas o institucionales para seccionar la historia de la banca de desarrollo multilateral, esta periódica renovación de sus estructuras de funcionamiento parece tener un común denominador: la demanda de los países en desarrollo de acceder a recursos, oportunos e importantes, para la infraestructura. Hoy en día, esta necesidad se encuentra particularmente muy vigente. Por el lado de la banca privada, el apetito por los préstamos a largo plazo se ha desvanecido. Durante los años 2010-2014, la participación promedio anual del sistema bancario sobre el financiamiento de inversión de largo plazo global descendió a 8,8%, luego trazar una media de 13,2% una década atrás (Ver gráfico 1). Esta retracción puede atribuirse a las secuelas de la crisis financiera global de 2007-2008, que dejaron a las entidades bancarias más cautelosas con la administración de los riesgos de descalce de liquidez y sometidas a un esquema de sobre-regulación bancaria que "penaliza" (en consumo de capital) a las posiciones activas de largo plazo. Así, comenzó a observarse una mayor preferencia por instrumentos de corto plazo por parte de las entidades bancarias. Por ejemplo, en EEUU el peso de los préstamos con maduración menor a un año llegó a marcar 84% del total de la cartera en 2011, y si bien esta participación descendió un poco en los años subsiguientes (72% en sep-16), definitivamente restó recursos para los créditos de largo plazo, como la infraestructura.
La inapetencia por el financiamiento a la infraestrutura también parece haber alcanzado a la banca de desarrollo multilateral. Con la aparición de "nuevos demandantes", como el cambio climático, la reducción de la pobreza o el manejo de refugiados, llevó a las MDBs a re-direccionar su portafolio hacia estos sectores y con ello reducir las disponibilidades para la infraestructura. Desafortunadamente el recorte ocurrió tanto en montos como en participación relativa. En la actual década, la participación promedio de los proyectos de infraestructura apenas representó en 35% del portafolio de préstamos de las MDBs, ratio bastante distante a los observados en la década de los sesenta, donde tres de cada cuatro operaciones de crédito de las MDBs eran dirigidos a proyectos de infraestructura.
Igual desmejora se observa en los montos asignados. Según Bhattacharya y Romani, el total de recursos invertidos por las principales MDBs del mundo ha venido descendiendo, pasando de 70.000 millones de dólares/año en 2010 hasta 51.000 millones de dólares/año en 2015. Esta escena luce mucho más comprometida si se considera el abrumador déficit de infraestructura estimado para el mundo en desarrollo. El mismo Bhattacharya estima que para este bloque de economías la brecha entre el gasto efectivo y la inversión necesaria en infraestructura necesaria para garantizar un crecimiento sostenido oscila entre USD 1,8 y 2,3 trillones anuales, monto abismalmente elevado.
Estas estadísticas sólo reflejan que el mercado financiero de largo plazo precisa de revulsivos inmediatos para procurar cerrar estas brechas de financiamiento a la infraestructura. Si bien para este propósito se requiere una mayor participación del sector privado (tiene una relación 1:4 respecto al sector público en el financiamiento global a la infraestructura), el factor articulador y detonante debe ser asumido por los MDBs, dadas sus ventajas comparativas para canalizar (catalítica o directamente) recursos a los países en desarrollo.
Aún es prematuro asegurar que con la creación del NBD y la AIIB quedará transformado para siempre el modelo de funcionamiento de la banca multilateral de desarrollo, sin embargo resulta claro vincular su aparición con la urgencia del mundo en desarrollo por acceder a financiamiento de largo plazo. En este sentido, la nueva generación de MDBs se propone atender este requerimiento con un esquema de gobernanza más ágil y flexible, ejercida por países accionistas-prestatarios (esquema exitosamente aplicado en CAF) y con un enfoque uni-sectorial para sus intervenciones (financiamiento exclusivo de proyectos de infraestructura). Más que excluyentes, el nuevo modelo de funcionamiento de las MBDs tiene que ser complementario a las estructuras tradicionales, la ingente demanda por recursos así lo exige. La articulación de esta complementariedad será el gran desafío de la gerencia de las multilaterales de desarrollo para los próximos años.