Jorge Arbache
Vicepresidente de Sector Privado, CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-
Hay un creciente consenso con que la baja productividad es una de las principales causas del retraso económico de América Latina. Las causas de esta baja productividad son muchas, pero hay una destacada: el desempeño de las micro, pequeñas y las medianas empresas (mipyme).
Para contextualizar el tema, un estudio reciente de la OCDE y CAF compara las mipymes formales en América Latina y Europa. La participación de las mipyme en el total de empresas es prácticamente la misma en las dos regiones, alrededor del 99,5%. La participación en el empleo formal es del 61% y del 70% y la contribución al PIB es del 25% y del 55%, respectivamente. Por lo tanto, la productividad de las mipyme de nuestra región es sustancialmente menor que la de Europa.
Pero un examen más detallado muestra diferencias aún más acentuadas. Aunque las microempresas representan el 88% del total de empresas de América Latina, su productividad corresponde al 6% de la productividad de las empresas grandes y su contribución al PIB es de sólo el 3,2%. En Europa, las microempresas representan el 93% del total de empresas, pero tienen una productividad del 42% y contribuyen en un 20% al PIB, cifra casi siete veces mayor que en la región.
Las explicaciones para tanta disparidad son muchas, pero existen tres destacadas. La primera es que nuestras mipymes son un refugio para el desempleo y buena parte de ellas se ocupan en actividades de subsistencia y autoempleo. La segunda tiene que ver con que su elevada participación en segmentos económicos de bajo valor agregado, alta competencia y baja rentabilidad, y se dirigen al mercado de consumo local, haciendo uso de poca tecnología e innovación. Allí se incluyen, sobre todo, comercio al por menor, servicios de hospedaje y alimentación y servicios personales.
La tercera explicación es que nuestras mipymes están poco integradas con las empresas de alta productividad, a causa de la elevada concentración de éstas en sectores primarios, semimanufacturados y servicios públicos, que tienen cadenas de producción y distribución cortas y, por lo tanto, pocas conexiones con mipymes. En Europa, las mipymes están fuertemente integradas a las cadenas industriales de valor, están presentes en sectores dinámicos, participan del desarrollo de tecnologías e innovaciones y contribuyen significativamente a las exportaciones. La gran diferencia entre las dos regiones no está, por lo tanto, en la proporción de mipymes, sino en cómo y qué producen.
Como la fuerza de trabajo en mipymes es elevada, una alta proporción de trabajadores de la región están atrapados en una especie de trampa de la baja productividad, lo que ayuda a explicar dos de nuestros viejos lastres: la pobreza y la desigualdad. De hecho, como los salarios tienden a reflejar la productividad de las empresas, cuanto mayor sea el diferencial de productividad de las mipymes con respecto a las empresas grandes, mayores serán las diferencias salariales y de condiciones de empleo.
Para avanzar en esta agenda, será necesario el reconocimiento de al menos tres características de nuestras economías. La primera es la elevada heterogeneidad entre las propias mipymes. Grosso modo, por un lado están aquellas empresas dinámicas y con un elevado potencial de crecimiento asociado a nuevos modelos de negocios, nuevos productos y servicios y uso intensivo de tecnologías e innovaciones. Y del otro lado están empresas que, básicamente, luchan por sobrevivir.
La segunda son las fallas de mercado que tanto afectan a las mipymes. Aquí se incluyen dificultades de acceso a crédito, mercados y tecnologías que limitan su potencial de crecimiento. También es necesario reconocer que las mipymes son más vulnerables a los ciclos económicos, más dependientes de la oferta de bienes y servicios públicos, como las infraestructuras y la formación de capital humano, y que dependen mucho más de un entorno favorable de negocios para sobrevivir, incluyendo marcos regulatorios, burocracia, competencia y previsibilidad jurídica.
La tercera es que, aunque es fundamental elevar la productividad, también es crítico elevar la competitividad de las mipymes. Aunque los dos conceptos a menudo se tratan como intercambiables, en realidad son diferentes, ya que la productividad se refiere a una producción más eficiente -o a qué producir-, y por lo tanto es un concepto absoluto, mientras que la competitividad se refiere a producir de la manera más ventajosa -o a qué producir-, por lo que es un concepto relativo. Más allá de que la productividad contribuye a aumentar la competitividad, no necesariamente la garantiza. Las evidencias empíricas muestran que producir más de lo mismo, aunque de forma más eficiente, no implica un aumento sostenido de la renta. Por esta razón no podemos olvidar el componente estructural en la agenda de mipymes.
El estudio de la OCDE y CAF también examina las políticas públicas de la región para las mipymes. Los resultados muestran que el mayor problema no es el de ausencia de políticas públicas, sino la ausencia de un enfoque integrado y coherente y la falta de planificación y enfoque en la implementación y el monitoreo de las políticas.
Considerando la fuerte presencia de las mipymes en las economías modernas y su enorme potencial para contribuir a generar riqueza, nuestras políticas públicas deben reconocer que son parte de la solución, y no parte del problema.