Biodiversidad: ¿el otro lado de la moneda?
A pesar del valioso capital natural con el que contamos, la biodiversidad no es reconocida todavía como una ventaja comparativa relevante y un verdadero activo en la ecuación del modelaje del desarrollo económico.
América Latina y el Caribe es la región con mayor biodiversidad del planeta, con aproximadamente el 40% de las especies conocidas. El valor económico de las contribuciones de la naturaleza a las personas se estima en más de USD 24 billones por año, equivalente al PIB de la región. A pesar del valioso capital natural con el que contamos, la biodiversidad no es reconocida todavía como una ventaja comparativa relevante y un verdadero activo en la ecuación del modelaje del desarrollo económico.
Esta situación alimenta la percepción de que los recursos biológicos son inequívocamente renovables y que cuidar las reservas de biodiversidad representa un gasto corriente y no una inversión estratégica. El efecto lógico de esta concepción es retratado con detalle en el primer estudio sobre la Evaluación Global de la Biodiversidad y los Ecosistemas, un trabajo realizado por la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), organismo de las Naciones Unidas.
El mensaje central que revela el estudio es que, a pesar de los esfuerzos y de los logros soberanos, de la sociedad civil, del sector privado y de la comunidad internacional para poner en valor el capital natural e impulsar una agenda de desarrollo económico transformadora, los resultados alcanzados a la fecha no son suficientes.
El saldo neto es negativo y, conforme indica la evaluación, en las condiciones actuales hay un millón de especies conocidas amenazadas de extinción, lo cual pone en riesgo el delicado y complejo equilibrio que sostiene y relaciona, en todos los niveles, la vida en el planeta.
El punto de situación es consecuencia de un conjunto de variables, entre las que se destacan de manera categórica las siguientes cuatro:
- La pérdida y fragmentación de los hábitats, que reduce la movilidad y consecuentemente la capacidad de intercambio genético de las especies, debilitándolas hasta su extinción (18 millones de hectáreas deforestadas en 2017);
- La contaminación de los hábitats por pesticidas y desechos tóxicos, que envenenan los ecosistemas, reduciendo la capacidad de las especies de subsistir y regenerarse (25% de las especies de insectos conocidas en extinción, a una tasa de 2.5% al año);
- La sobreexplotación y las prácticas destructivas de recolección no permiten la regeneración de la biodiversidad, llevando las especies al límite (una de cada tres especies marinas comerciales están explotadas por encima de su capacidad de reproducción);
- El cambio climático, que presiona las especies hacia un proceso de adaptación abrupto para el cual, en su mayoría, no están genéticamente preparados (0,6 grados centígrados de aumento de la temperatura desde 1960, con posibilidad de 1,5 grados centígrados hasta 2050).
Más allá de analizar las causas subyacentes que generan estos frentes de presión, en todos los casos el elemento central de este impulso es la interpretación lógica que desde la política económica y la economía política se tiene sobre el uso y aprovechamiento de la biodiversidad. Todo indica que este es el momento adecuado para que nuevas interpretaciones, acordes con la actualidad, sean puestas en práctica.
Además de advertir los riesgos de mantenerse una trayectoria como la actual, el estudio también sustenta la necesidad de impulsar una agenda de transformación productiva, que concilie, con eficacia, la agenda de desarrollo económico con las oportunidades inherentes al aprovechamiento sostenible de los recursos biológicos de la biodiversidad. Un ejemplo evidente y relativamente avanzando para la puesta en valor y conservación de la biodiversidad es el turismo. Sin embargo, las oportunidades se extienden de manera directa a otras industrias, como la de alimentos, la forestal, la cosmética y farmacéutica, que juntos representan el 15% del PIB de la región y cerca del 50% del total de exportaciones.
Es ampliamente compartido que la biodiversidad biológica representa la columna vertebral del bienestar humano. Aunque puede resultar evidente, vale remarcar que el aprovisionamiento de agua y aire de calidad, los recursos genéticos y la regulación del clima, son algunos de los beneficios irremplazables de la naturaleza al bienestar humano. Como apunta Thomas Lovejoy, quien forma parte de las Naciones Unidas y es considerado por muchos el “padrino de la biodiversidad”: “Alrededor del 70% de los medicamentos utilizados para el cáncer son productos naturales o de base biológica. El aporte de la biodiversidad a la salud incrementa a cada día y genera una economía de miles de billones de dólares”.
Evidenciando los múltiples aportes y oportunidades que ofrece la biodiversidad al bienestar y la economía, y con la perspectiva de entender la biodiversidad como un posible eje estratégico para el desarrollo de América Latina y el Caribe, resulta importante poner en perspectiva algunas cuestiones. ¿Es posible monetizar los servicios de la biodiversidad? ¿Cómo mejorar la inversión pública y privada para generar impactos positivos en la biodiversidad? ¿Cuál es el costo de oportunidad de seguir la tendencia actual? ¿Qué herramientas y competencias se requieren para impulsar una transformación productiva amigable con la biodiversidad?
En este sentido, el Programa de Biodiversidad de CAF (2015-2019) reconoce que la conservación y el uso sostenible de ésta es determinante en la transformación productiva que requiere la región. Es por este motivo que, a través de asistencia técnica, operaciones de crédito y la movilización de fondos ambientales, la institución apoya a sus países accionistas para contribuir a alcanzar sus metas nacionales y compromisos internacionales, entre ellos el cumplimiento de las Metas de AICHI y protocolos anexos al Convenio sobre la Diversidad Biológica.