Cuando los algoritmos nos conozcan mejor que nosotros mismos
Hoy en día todo genera una huella digital. Cualquier persona, lugar u objeto tiene un yo real y un yo digital.
Nuestra huella digital se crea a partir de los datos que se recopilan cuando navegamos en Internet, publicamos nuestras opiniones en redes sociales, compramos artículos en Amazon, miramos series en Netflix, escuchamos nuestra música favorita en Spotify, o cuando usamos Waze para orientarnos o evitar el tráfico al regresar a casa. A través de los wearables también queda registrada nuestra actividad física, nuestros patrones de sueño, las pulsaciones de nuestro corazón y las calorías que consumimos.
La huella digital genera conocimiento y valor. El yo virtual puede tener más valor económico que el real porque se ha generado una economía de los datos. Ben Pring, Malcolm Frank, y Paul Roehrig, autores del libro “What to do when machines do everything”, nos ilustran el concepto de economía de los datos a través de un ejemplo: una compañía australiana de seguros de vida decidió crear un nuevo modelo de negocio, integrando datos y algoritmos de inteligencia artificial. Para ello habilitó una aplicación móvil a través de la cual sus clientes empezaron a registrar todos los datos de sus hábitos nutricionales, de salud, e incluso sus hábitos de conducción. A cambio de estos datos, la compañía les ofreció beneficios concretos tales como, tiquetes para cine, descuentos en comida saludable y en tiquetes aéreos, y Apple watches, entre otros. Esto significó conectar la huella digital con los beneficios de los usuarios, convirtiéndose en una compañía de seguros “y de salud”. Esta estrategia hizo que el valor de las acciones en la bolsa se duplicara en dos años, tuviera un crecimiento del 51% en un año, además de reducir sus costos operativos en un 14% y lograr una participación en el mercado del 38%.
La recopilación de los datos de nuestros hábitos permite generar una visión de 360° que puede ser utilizada para bien o para mal, lo cual plantea desafíos éticos en la utilización de esta información.
La huella digital puede ser utilizada para el bien público. Específicamente, los gobiernos podrían utilizar estos datos para diseñar y prestar mejores servicios basados en las preferencias y necesidades de los ciudadanos. Así mismo, podrían formular políticas públicas más efectivas con datos que antes eran difíciles de conseguir, logrando por ejemplo, reducir la pobreza mediante la orientación de subsidios de manera más adecuada, mejorar las condiciones de salud de la población, a través de tratamientos más asertivos gracias al análisis profundo de las historias clínicas, o cerrar las brechas de inequidad a través de la creación de mayores oportunidades de acceso.
Sin embargo, hay un lado oscuro. La utilización de datos e inteligencia artificial para tomar decisiones, nos plantea las siguientes preguntas: ¿podría una compañía de seguros discriminar a una persona por su yo digital?, ¿podría un reclutador de personal preferir a un candidato basado en la información de su huella digital?, y, ¿qué pasaría si el reclutador es un algoritmo de inteligencia artificial?, ¿qué haríamos si nuestra huella digital es expuesta y nuestro yo digital es usado para afectarnos negativamente?, ¿cuál sería el el impacto del uso no ético de nuestros datos?, ¿se estará creando un nuevo abismo digital, entre aquellos que tiene la habilidad de adminisrar su huella digital y aquellos que no?
En esta nueva economía de los datos, el contrato social debe cambiar. Es necesario establecer nuevas reglas del juego entre los diferentes actores de la sociedad. Los ciudadanos deben tener el derecho a conocer qué datos se tienen de él y tener la posibilidad de auditar las decisiones tomadas por los algoritmos de inteligencia artificial. Las grandes corporaciones que recopilan nuestros datos, y muchas empresas medianas y pequeñas que están surgiendo en esta nueva economía, deben ver al ciudadano como cliente y no como su producto, empoderar a los clientes para que puedan administrar su huella digital y generar confianza en el buen uso que hacen de los datos. A su vez, los gobiernos deben aprender a regular la propiedad de los datos (labor en la que no tienen mucha experiencia), desarrollar nuevos modelos de educación para empoderar a los ciudadnos y que aprendan administrar su huella digital, y utilizar la huella digital para generar bienestar y felicidad.
La regulación ya no es un ejercicio de arriba hacia abajo y de responsabilidad exclusiva del gobierno. Ésta debe ser un ejercicio de co-creación entre los diferentes actores de la sociedad y basado en la evidencia. Nuevos esquemas de regulación como los “sand boxes” regulatorios que ya está utilizando el Reino Unido empiezan a dar muy buenos resultados.
La sociedad debe invertir en el desarrollo del ser humano de manera equivalente a la inversión en inteligencia artificial.
Finalmente, vale la pena tener en cuenta lo que dice Yuval Noah Harari en su libro “21 lecciones para el siglo XXI”: “Ahora mismo los algoritmos te están observando. Observan a dónde vas, con quién te ves. Pronto supervisarán todos tus pasos, tu respiración, los latidos de tu corazón. Para conocerte cada vez mejor, se basan en datos y en el aprendizaje automático. Cuando estos algoritmos te conozcan mejor de lo que te conoces a ti mismo, lograrán controlarte y manipularte y poco podrás hacer al respecto…”
¡Toma el control!