Letras, bytes y pandemia
Un consenso que está surgiendo con la pandemia es que estamos entrando en una nueva economía. Impulsados por las circunstancias y por los modelos de negocio que hacen que el acceso a las nuevas tecnologías sea generalizado, lo virtual y lo intangible ganarán aún más relevancia en la vida cotidiana de las personas y las empresas. Hay abundante evidencia sobre esto, y quizás lo más revelador es el extraordinario desempeño de las principales compañías de tecnología en los principales intercambios globales.
La nueva economía sirve a muchos intereses, incluida la distancia social, la mayor eficiencia, la reducción de costos y la adopción de métodos de producción más sostenibles. Parece indiscutible, por lo tanto, que un mayor acceso a las tecnologías beneficiarán a todos, desde a plataformas digitales profesionales, automatización, inteligencia artificial y muchas otras tecnologías para la producción, gestión y organización de la producción.
Pero lamentablemente, el mundo es más complicado que esto. De hecho, los países ocupan posiciones diferentes para beneficiarse de las virtudes de la nueva economía. Esto se debe a que se encuentran en diferentes etapas de transformación digital y a las habilidades requeridas para el uso completo de esas tecnologías. Por lo tanto, es poco probable que la nueva economía sea neutral desde el punto de vista de las oportunidades. En este nuevo entorno, es probable que las habilidades y competencias cognitivas ganen aún más relevancia en el mercado laboral y una mayor influencia en la determinación de la competitividad de las empresas e incluso de los países.
¿Está preparada América Latina para la nueva economía? Para responder a esta pregunta, uno debe mirar más allá de los factores habilitadores convencionales, como la infraestructura tecnológica de la información, y centrarse en el componente que realmente importa más: el capital humano. Para una perspectiva comparativa de cómo los países se alinean con el tema, un informe de la OCDE produjo estimaciones de series históricas internacionales sobre educación y otros indicadores económicos.
En 1870, la estimación promedio de escolaridad formal para la población de América Latina era de 0.6 años. Ese mismo año, Australia, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda tenían, que tenían em esos momentos una condición histórica y política relativamente comparable a la de los países de nuestra región, registraban una escolaridad promedio de 5.5 años. En 1900, los promedios fueron de 1,4 y 7 años, respectivamente. Por lo tanto, mientras que la gran mayoría de la población latinoamericana todavía era analfabeta, la de esos países ya había alcanzado niveles respetables de escolaridad. Ciento diez años después, la escolaridad promedio en nuestra región fue de 8.1 años, una marca relativamente más cercana a los 13.5 años de los otros países mencionados. El problema es que estos países habían alcanzado ese nivel alrededor de 1925, lo que nos lleva a la inquietante conclusión de que nuestro retraso educativo sería de 85 años.
Pero existen dos efectos nocivos de esa brecha educativa que todavía son más inquietantes. El primero son los efectos acumulativos de la demora en el tiempo en las dimensiones económicas críticas, como el desarrollo productivo y tecnológico y la competitividad internacional. El segundo es que, como lo muestra un informe de la Unesco, la mayoría de los jóvenes de nuestra región no alcanzan los niveles mínimos requeridos de competencia en lectura y matemáticas cuando terminan la escuela primaria. La falta de estas competencias básicas tiene implicaciones dramáticas para el desarrollo de otras habilidades y competencias y para la inserción en el mercado laboral formal. Por lo tanto, aunque la brecha escolar promedio entre América Latina y los países avanzados se ha reducido, el desafío ya no es solo cuantitativo, sino también cualitativo, o la capacidad de los niños y jóvenes para aprender y desarrollar habilidades.
En el contexto de la nueva economía, la brecha educativa de América Latina puede tener al menos seis aprendizajes:
- En la medida en que la educación se asocie empíricamente con la productividad laboral, el crecimiento económico dependerá en gran medida de la capacidad de incorporar mano de obra en la economía y de la capacidad de financiar la inversión en capital social.
- En la medida en que la educación se asocie empíricamente con el uso de nuevas tecnologías, la economía de la región puede permanecer tecnológicamente atrasada.
- En la medida en que la educación se asocie empíricamente con los ingresos del trabajo, una gran parte de la población continuará percibiendo salarios bajos, lo que alimentará dos de nuestras mayores heridas: la pobreza y la desigualdad.
- Es probable que seamos testigos de un aumento en el desempleo estructural y la informalidad.
- En la medida en que la educación también se asocie empíricamente con las condiciones de salud, el retraso educativo puede influir en la exposición de la población a nuevas pandemias.
- Aunque la escolaridad promedio en América Latina ha aumentado, los costos económicos y sociales de la brecha cualitativa serán mayores en el futuro cercano que en el pasado reciente.
¿Qué hacer en este momento? Será necesario comprender que la demora en letras y bytes no funciona con una pandemia o una nueva economía. Tendremos que entender que en la economía global de lo intangible, lo que importa para la prosperidad de las naciones no es solo usar, sino, sobre todo, desarrollar, administrar y distribuir tecnologías. Para eso, será necesaria la ambición y el estímulo, con mucha determinación, vigor y sentido de urgencia, la educación formal y profesional de la más alta calidad, ciencia y tecnología y emprendimiento, así como actividades económicas que valoren esas habilidades.
Para que esta agenda tenga una oportunidad de éxito, será necesario elegir el conocimiento como la base de nuestro crecimiento económico y desarrollo social y movilizar fuerzas políticas en torno a la defensa de la inversión en empleo, productividad y competitividad.