Crédito y recuperación económica
Las recientes crisis financieras "convencionales" se han caracterizado por períodos relativamente largos de crecimiento económico acompañados de una rápida expansión del crédito, la deuda y la sobrevaloración de los activos. La euforia termina normalmente con la aparición de algún shock exógeno que aumenta las incertidumbres, devalúa los activos, aumenta la lentitud de las carteras bancarias y paraliza el crédito. Algo así sucedió en los países latinoamericanos cuando estalló la crisis financiera de 2008 en medio del boom de las materias primas.
La crisis actual, sin embargo, tiene características distintas, ya que muchas economías de la región se habían desacelerado mucho antes de la pandemia, en algunos casos desde 2014. Además, a diferencia de la anterior, la crisis actual es verdaderamente global, no se originó en el sector bancario, su fin depende del despliegue de temas no convencionales como la dinámica de la pandemia y la disponibilidad y efectividad de las vacunas y, esta vez, ya no hay una locomotora tirando de la economía de los países emergentes, como era el caso de China en la crisis pasada.
En vista de esto, muchos gobiernos de la región han implementado ambiciosos programas de incentivos comerciales y de liquidez, que incluyen la flexibilización de las provisiones y reservas obligatorias de los bancos, las garantías parciales de crédito, el apoyo temporal para los pagos de nómina y la moratoria de las obligaciones financieras y tributarias, que daría alivio y aliento a la supuesta fase de reactivación económica.
El problema es que, aunque las economías de la región crecerán algo el próximo año, es probable que persistan las incertidumbres en los mercados, ya que la pandemia seguirá siendo motivo de preocupación y la reactivación económica será lenta. En este contexto, parece razonable esperar que muchas empresas experimenten más problemas financieros y que esos problemas se vuelvan aún más complicados cuando finalicen los aplazamientos de deuda y las empresas y otros deudores se enfrenten a un aumento de los pagos en un entorno todavía desafiante, lo que llevará a un aumento de la deuda, atrasos e impagos.
Como ha enfatizado Carmen Reinhart, economista jefe del Banco Mundial, es posible que se esté gestando una “crisis silenciosa” asociada a las dificultades para diferenciar las empresas ilíquidas de las potencialmente insolventes. La moratoria de la deuda por un lado, y la expansión de las actividades financieras de las empresas a través del sector no bancario por otro, provocan la pérdida del “pulso” de los deudores, es decir, información valiosa sobre las condiciones financieras y operativas de esos deudores, lo que se suma a las dificultades ya existentes para identificar riesgos y evaluar la calidad de las carteras de los bancos.
Si bien los sistemas financieros de la región se han fortalecido considerablemente en los últimos años y muchos bancos han tomado precauciones e incrementado voluntariamente las provisiones ante la crisis, lo cierto es que los bancos son tan fuertes como sus clientes, sus colchones de seguridad y la calidad de la regulación bancaria.
La historia de las crisis sugiere que un factor determinante para la recuperación económica es la adecuada gestión del crédito. No parece exagerado suponer que la expansión del crédito será especialmente lenta en la crisis actual, lo que requerirá una acción prudente pero activa por parte de los reguladores y del gobierno ante las condiciones y necesidades de las economías.
¿Qué hacer? Por supuesto, no hay un conjunto único de recomendaciones, ya que las medidas dependen de las condiciones específicas de cada país, incluyendo la etapa de la crisis de salud, la etapa de desarrollo del sistema financiero y el espacio fiscal. Sin embargo, vale la pena mencionar algunas notas generales.
Una primera recomendación es tratar de no confundir los efectos rebote típicos de los períodos posteriores al colapso con recuperaciones económicas constantes. Después de todo, un riesgo conocido es retirar los estímulos prematuramente, lo que puede alimentar la crisis. También se aplica lo contrario, es decir, extender los estímulos más allá de lo necesario, debilitar los balances fiscales y bancarios y generar ineficiencias. El tema es un desafío que requiere elementos innovadores de análisis económico y mucha coordinación.
Una segunda recomendación es fortalecer y garantizar la autonomía e independencia de los reguladores del sistema financiero y los fondos de pensiones para brindar mayor seguridad a los agentes económicos y anclar expectativas, temas fundamentales para el manejo de las crisis financieras.
Una tercera recomendación son las medidas que ayuden a "sanear" los balances de los bancos, abriendo espacios y capacidad para que otorguen nuevos créditos, dentro de la prudencia necesaria. Para ello, puede que sea necesario acelerar el reconocimiento de las pérdidas esperadas y trabajar en planes para recapitalizar los bancos de inmediato. También pueden ser necesarias compras e intercambios de carteras bancarias y programas de titulización de deuda.
Una cuarta recomendación incluye temas de visita como el fortalecimiento de los fondos de seguro de depósitos bancarios, que se encuentran en diferentes etapas de desarrollo en la región.