Tiempo de soluciones para una Amazonia vulnerable al fuego y a la pandemia
La cuenca de río Amazonas tiene 7 millones de kilómetros cuadrados y representa el 40% del territorio de América del sur. La Amazonia alberga al bosque tropical húmedo amazónico de 5,5 km² distribuidos en nueve países, Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Guayana, Guayana Francesa y Surinam. Informes científicos reportan sobre la constante pérdida de territorio cubierto por el bosque, la publicación de Nature communications, vol. 11, 4978 (septiembre 2020) calcula en 4,93 km² a la cobertura actual de bosque. En los últimos sesenta años, la tasa de recuperación del bosque amazónico debido al incremento de la tala de árboles e incendios no controlados se ha debilitado en forma crítica, donde no solamente somos testigos de la continua degradación del bioma de bosque húmedo más importante del mundo sino de una tendencia que se acerca al punto deterioro de no retorno para el bosque amazónico.
La importancia de la Amazonia en los ciclos que controlan los procesos en la atmósfera y los recursos naturales renovables en la región a nivel global es capital. Genera el 20% del agua dulce y al menos el 10% del oxígeno del planeta, además de hospedar al 25% de la biodiversidad terrestre, al menos a 6.000 especies de animales y 40.000 especies de plantas y también alberga al menos a 10% de todas las especies de vida silvestre conocidas.
La Amazonia cumple un rol de regulador en los ciclos del carbono, del agua y de la energía. El bosque genera su propia lluvia y un equilibrio en el ciclo hidrológico en la cuenca y en su área de influencia directa, como son los ecosistemas de transición a su alrededor: la cuenca del río de La Plata y los Andes. El bioma amazónico garantiza la estabilidad en el ciclo de producción, captura y almacenamiento del carbono; esta función es significativamente alterada con la sequía, incremento de temperaturas, precipitación menor a la esperada, incendios no controlados y consiguiente degradación de tierras y cambios negativos en el uso de los suelos. Cualquier alteración positiva o negativa del bosque amazónico tiene un impacto global.
La actual coyuntura de crisis global por la pandemia COVID-19 ha afectado a 34 millones de personas que viven en la Amazonia. Manaos en Brasil e Iquitos en el Perú son dos ciudades amazónicas donde los primeros reportes de infección y de decesos las mostraron entre un puñado de las más afectadas por el virus SARS-Cov-2 en América Latina.
La población indígena de 3 millones de personas se reparte en unas 400 comunidades, según estadísticas de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica; unas 60 de ellas viven en total aislamiento. La vulnerabilidad de la población indígena, defensora de primera línea de la biodiversidad, es muy alta y los impactos que hayan sufrido por la pandemia probablemente recién se conocerán en los meses por venir.
El extraordinario incremento de incendios no controlados en la Amazonia en 2020 es una consecuencia de diferentes factores que se combinan y multiplican en este tiempo de crisis COVID-19, empezando por la disminución de controles territoriales, una población selvática diezmada, el incremento de la fragmentación del bosque debido a la tala indiscriminada, desaparición de corredores biológicos, incremento de la agricultura intensiva, incremento de la extracción minera, ocupaciones ilegales de tierras y el aparente aplazamiento de la gestión ambiental y de los recursos naturales dentro de las prioridades y agendas públicas.
La incidencia de incendios en la Amazonia muestra alarmantes incrementos en 2020 comparados con 2019, que ya había sido un año récord en América del sur y en el mundo. Las publicaciones, entre otras, del Fondo Mundial para la Vida Silvestre, WWF “Fires, forest and the future report”, mayo 2020; resultados del modelo FIRMS de NASA, abril y septiembre 2020; y el artículo de A.Staal et al. “Histéresis de los bosques tropicales en el siglo XXI” octubre 2020, nos muestran que el monitoreo de puntos de fuego en abril 2020 ya era 19% mayor al del año anterior; así, en julio mostró un incremento de 45% y de 60% para los primeros días de octubre. El número de alertas de deforestación en Brasil se incrementó en al menos 33%. Bolivia reportó en julio un incremento de 35% de focos de incendio. La superficie de bosque con diferentes grados de afectación es al menos de 68 millones de hectáreas, alrededor del 12% del bosque amazónico. Esto indica que además de la degradación del suelo por la desaparición del bosque también se acentúa el fenómeno de sabanización de la Amazonia debido a la pérdida crítica de biomasa.
El desafío es gigante, en consecuencia, las respuestas requieren estar a la misma altura. El bosque amazónico, como fortaleza, es un activo natural global clave que garantiza la salud ambiental del planeta, al mismo tiempo es sensible, frágil e inestable frente a la acción humana, sobre todo si se toma en cuenta que el Panel Intergubernamental de biodiversidad y servicios ecosistémicos (IPBES) mostró que la actual tendencia negativa en la salud de la biodiversidad y de los ecosistemas socavará en al menos 20% la capacidad de alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible (ODSs)
La Amazonia está en el corazón del abanico de respuestas que permiten alcanzar objetivos de conservación, producción sostenible e inclusión. Las soluciones basadas en la naturaleza son cruciales para alcanzar las metas de biodiversidad post-2020 y del Acuerdo y de Paris, al mismo tiempo que proveen servicios ecosistémicos a la población que son esenciales para su resiliencia, salud, vivienda y bienestar.
CAF -banco de desarrollo de América Latina-, apoya a los países con financiamiento y conocimiento aplicado en soluciones, a partir de proyectos regionales para el manejo sostenible del fuego, asociados a cadenas productivas sostenibles, en infraestructura urbana para el equipamiento de ciudades, armónicas con la naturaleza, así como en conservación y sostenibilidad de áreas naturales protegidas y ecosistemas clave asociados a recuperación de suelos y bosques. Parece haber un consenso que acciones urgentes son necesarias para revertir la pérdida del bosque amazónico, mientras se encauza una recuperación económica más verde y la consolidación del desarrollo sostenible en la Amazonia.