Eduardo Fagre
Ejecutivo de la Dirección de Evaluación de Impacto y Aprendizaje de Políticas de CAF
Cuando te das cuenta que Thiago – un niño de 8 años que vive con su madre y abuela en la Favela de Rocinha en Rio de Janeiro – está preparando su bolso para asistir por la tarde a sus clases de fútbol, en lugar de emplear su tiempo libre para corretear por la favela con sus amigos, parecieran no existir dudas de que, para Thiago y sus amigos, un programa extracurricular de fútbol para el desarrollo es una alternativa perfecta para ocupar o reemplazar su tiempo libre por actividades más productivas y saludables.
Historias como la de Thiago abundan en un sinnúmero de localidades vulnerables de países en desarrollo que, aunado a la universalidad del fútbol y a las bondades aparentes que le atribuyen a este deporte, las transforman en razones poderosas para que millones de dólares sean invertidos año tras año en programas que utilizan el fútbol como herramienta de inclusión social. Relatos y anécdotas como el de Thiago parecieran despejar cualquier duda sobre el potencial de estas iniciativas para cambiar la vida de los menos favorecidos.
La realidad es que la escasa evidencia disponible sigue sin ser concluyente en cuanto a la efectividad de estos programas. Dos estudios de CAF –banco de desarrollo de América Latina– arrojan unas primeras luces al respecto, destacando que no es suficiente anotar goles para que jóvenes como Thiago se beneficien de estas iniciativas. Estos programas parecieran tener el potencial de generar cambios significativos en poblaciones vulnerables, siempre y cuando se ponga especial atención en aspectos como su estructura curricular, la permanencia de los beneficiarios y las características específicas de la población en los que se focalizan. De lo contrario, son iniciativas que, si se exacerba el aspecto competitivo, pudieran incluso a llegar a generar efectos negativos en aspectos de la conducta como la agresividad.
Estos primeros estudios experimentales tuvieron como objetivo cuantificar los impactos ocasionados por dos programas de fútbol para el desarrollo con algunas diferencias tanto en su estructura curricular como en el contexto y condiciones en las que se ejecutaron. Dado que varias de sus recomendaciones apuntaron al fortalecimiento de algunos aspectos de su implementación, decidimos que era momento de movernos hacia estudios de corte más cualitativo para entender justamente los factores que pudieran potenciar estas iniciativas desde la propia perspectiva de sus principales actores: beneficiarios, docentes, entrenadores y financiadores, entre otros.
Con esto en mente, trabajamos en una evaluación cualitativa de un programa de deporte para el desarrollo en Rio de Janeiro y Niterói, financiado por CAF y por la Fundación Real Madrid e implementado por colegios salesianos en ambas localidades. Una primera gran diferencia de este programa con los anteriores es que, no solo recurre al fútbol como herramienta de inclusión social, sino más bien utiliza una variedad más amplia de actividades extracurriculares tales como artesanía, baile, lectura e informática, entre otras. Estas características pudieran convertir a este programa en una intervención más inclusiva y capaz de reducir algunos de los efectos indeseados ocasionados por aquellos en los que prevalece el componente competitivo de la práctica del fútbol.
Los resultados de este estudio cualitativo confirman esta hipótesis y, adicionalmente, sugiere que incrementar la participación de niñas pudiera combatir el estigma de que las mujeres no juegan fútbol, así como reducir la percepción de violencia alrededor de este deporte. Otra recomendación valiosa recae en la formación continua de los entrenadores para que puedan incorporar herramientas pedagógicas para así cambiar la concepción tradicional del entrenamiento de fútbol.
Finalmente, la familia no deja de ser un factor clave para garantizar el éxito de estos programas. Identificar las condiciones socioeconómicas de los hogares, calibrar las expectativas entre una academia tradicional de fútbol y un programa que se apoya en sí mismo para fomentar habilidades para la vida e identificar espacios para la vinculación de los padres a las actividades son solo algunos de los aspectos que pudieran incidir positivamente en la efectividad de estas iniciativas.
En definitiva, mejorar las condiciones de vida de niños como Thiago trasciende a la mera idea de reemplazar tiempo ocioso por tiempo productivo a través de un entrenamiento deportivo. La utilización de programas de fútbol para el desarrollo con tales fines impone unos retos enormes de planificación y desarrollo en los que su apropiada ejecución termina siendo clave para alcanzar el potencial esperado de estas iniciativas y, con ello, convertirlas en una buena opción de política pública para atacar algunos de los flagelos presentes en las poblaciones más vulnerables.