¿Qué atajos?
El PIB de América Latina creció en promedio un 2,1% anual en entre el 2000 y el 2020. A este ritmo, la economía de la región podría duplicar su tamaño cada 33 años. Como referencia, el PIB de los países emergentes y en desarrollo creció un 5,1% en el mismo período, lo que les permitiría duplicar su tamaño cada 14 años. En el período 2010-2020, los crecimientos respectivos fueron 1,1% y 4,3% y, en 2020, año de la pandemia, fueron -8,1% y -3,3%. Lamentablemente, las perspectivas para el futuro no son mucho mejores, ya que el FMI proyecta un crecimiento del 2,8% para la región en el período 2021-2025 y del 5,2% para los países emergentes y en desarrollo. Estas cifras muestran no solo que nuestra región está creciendo poco, sino que está despegando de otras economías emergentes.
Además de la pandemia y sus consecuencias inmediatas, las políticas a favor del crecimiento estarían justificadas por al menos cinco razones. La primera es que, como muestra la historia moderna, el bajo crecimiento no es neutral y puede tener implicaciones no despreciables para las actitudes y valores de las personas, con repercusiones negativas para la estabilidad política y las instituciones democráticas. Este tema es especialmente relevante para las democracias jóvenes. Si bien el patrón de consumo es un elemento importante de esta ecuación, aún más relevante es el proceso de mejora de ese patrón y la distribución de los frutos del crecimiento.
La segunda razón es que solo el crecimiento puede generar los recursos necesarios para abordar muchos de nuestros problemas económicos más serios, como los bajos ahorros e inversiones, la capacidad limitada para generar empleos y la financiación estatal. La tercera es que el crecimiento económico es la forma más viable de abordar nuestras mayores heridas sociales, que son la pobreza y la desigualdad. La cuarta razón es que el bajo crecimiento está reduciendo nuestra relevancia económica. En 2010, el PIB de la región representó el 7,7% del PIB mundial; en 2020 representó el 4,9%. Las estimaciones del FMI sugieren que la participación seguirá disminuyendo hasta al menos 2025. La pérdida de densidad económica y masa crítica no es neutral y puede reorientar la inversión, el capital humano y otros recursos fuera de la región y alimentar un círculo vicioso nocivo de bajo crecimiento.
Finalmente, la quinta razón es que la región necesita crecer en un momento particularmente decisivo para las relaciones económicas internacionales, cuando profundos cambios estructurales están redefiniendo los roles y destinos de los países en la economía global. Piense en la economía digital y la economía de plataformas, el comercio, las inversiones y los flujos cada vez más intensos de intangibles y nuevos medios de pago. Piense en el uso cada vez más intensivo del conocimiento para desarrollar, producir, vender y financiar productos y servicios y acompañar al cliente. Piense en las nuevas tecnologías de producción y gestión de la producción, los nuevos acuerdos comerciales y de inversión y las nuevas arquitecturas de las cadenas de producción.
Piense también en los cambios provocados por la pandemia, que están redefiniendo mercados, preferencias, patrones de consumo y creando nuevos modelos de negocio. Y piense en las nuevas energías y la economía verde, que están redefiniendo paradigmas y llevando la economía global a una nueva y amplia agenda de innovaciones, tecnologías e inversiones. Salvo casos aislados, la región está ausente de esas agendas, a pesar de las muchas e inmensas oportunidades que tenemos.
Como atestiguan los casos de países devastados por guerras, como Corea del Sur, o de países como China hasta hace unas décadas, en principio, nuestro atraso económico no debe ser visto como un destino o un problema ineludible. Pero hay que reconocer que, a estas alturas, los tiempos son diferentes y que las consecuencias del retraso en este momento no son similares a las de hace décadas. Por esta razón, ya no tenemos tiempo para secuenciar reformas, como lo hicieron Corea del Sur, China y otros países cuando estaban en una etapa económica comparable a la actual. Tampoco deberíamos esperar que las medidas de política económica convencionales tengan los mismos resultados para el crecimiento que en otros tiempos y contextos. Llegados a este punto, será necesario ser audaces, saltear pasos y buscar atajos que acorten los caminos que nos puedan llevar a la condición de participar activamente en el nuevo orden económico que se despliega.
Esos atajos deben ahorrarnos tiempo y recursos, atraer inversiones privadas y llevarnos lo más directamente posible a las fronteras de diversificar la producción y agregar valor y apuntar a expandir los mercados, al tiempo que deben acelerar nuestra integración regional e internacional.
Habría al menos dos conjuntos de negocios que deberían considerarse. El primero está relacionado con las oportunidades de creación de valor asociadas a la industrialización de nuestras ventajas comparativas y competitivas. Esta es la agenda de conocimientos, innovaciones, tecnologías e inversiones asociadas a áreas como biodiversidad, nuevas energías, negocios verdes y medio ambiente, agricultura y minería, bosques y aguas y sectores complementarios.
El segundo grupo trata de las numerosas oportunidades de innovación, desarrollo tecnológico y gestión de nuevos negocios en la economía digital y compartida y las funcionalidades digitales y sus aplicaciones para problemas nuevos y viejos, incluidos los asociados con los desafíos de las economías emergentes y en desarrollo.
Para crecer a ritmos altos y sostenidos, será necesaria ambición, un plan de vuelo, enfoque, planificación, refinamiento del diseño, ejecución y gobernanza de las políticas públicas y búsqueda de socios que nos acompañen en el viaje.