COVID-19: lecciones tras 18 meses de seguimiento
Este blog está escrito por Anabella Abadi y Gustavo Fajardo.
La principal lección que nos ha dejado la pandemia del COVID-19 es que no debemos subestimar el riesgo de que emerjan epidemias de enfermedades infecciosas en el mundo. Aunque las pandemias han sido una constante en la historia de la humanidad, episodios tan trágicos como el actual son relativamente infrecuentes ahora y tendemos a desestimar la amenaza que representan. Ese error de cálculo provoca subinversiones en los sistemas de control epidemiológico y lleva a la improvisación en la manera de responder a las crisis.
Al día de hoy, la prioridad debe ser alcanzar altos niveles de inmunidad colectiva para superar la actual pandemia. Pero también es importante empezar a repasar atentamente la experiencia acumulada durante este año y medio, y extraer aprendizajes que permitan una mejor preparación para escenarios similares en el futuro. El monitoreo continuo que hemos hecho de la pandemia y de las políticas de control implementadas por distintos países dejan algunas ideas al respecto, que compartimos a continuación.
- Entender el rol útil, pero limitado, de las intervenciones no farmacéuticas. Hay evidencia de que ciertas intervenciones de restricción a la movilidad (como la prohibición de encuentros sociales, el cierre de instituciones educativas y las restricciones fronterizas) han sido efectivas para reducir las tasas de transmisión (Rt) del Sars-COV-2. Pero estas medidas generan importantes costos individuales y sociales y, por tanto, su efectividad para frenar los contagios disminuye a medida que la población se fatiga de las restricciones. Por ejemplo, un estudio reciente estima que la eficacia del confinamiento disminuye sensiblemente tras aproximadamente cuatro meses.
En algunos casos, dependiendo de las características epidemiológicas del patógeno y de la capacidad para aislar a ciertas poblaciones, las medidas de confinamiento pueden funcionar para contener una enfermedad. Pero en un mundo tan globalizado y con un virus como el que causa la enfermedad COVID-19, esta posibilidad es remota y las restricciones a la movilidad funcionan solo como una herramienta para reducir temporalmente los contagios. Por tal motivo, este tipo de restricciones deben usarse estratégicamente.
- No subestimar la duración de la pandemia. Cuando la contención no es una opción, las únicas soluciones definitivas a la crisis son un tratamiento efectivo para la enfermedad o -más probablemente- la inmunización de la población. Es esencial hacer entonces una estimación del tiempo y recursos necesarios para alcanzar ese evento de salida, y planificar la trayectoria de políticas con esa ventana de tiempo en mente. Esa estimación es difícil de hacer, dada la incertidumbre propia al desarrollo de tratamientos y vacunas. Pero, aunque tenga un margen de error, una previsión prudente de la duración de la pandemia ayuda a delinear una estrategia de control más consistente intertemporalmente.
La experiencia del COVID-19 reveló deficiencias en este sentido. Las restricciones originales implementadas en la primera mitad de 2020 se enfocaron en disminuir la severidad de la primera ola de contagios. Sin embargo, en muchos países hubo poca claridad sobre cuál sería la secuencia de políticas tras esos primeros meses o incluso cuáles eran las variables de decisión e indicadores relevantes. Esto aumentó la incertidumbre entre la población y es posible que haya contribuido a la fatiga hacia las restricciones.
- Priorizar la consecución de vacunas desde el primer día. Desde el día que surge una enfermedad infecciosa con potencial para volverse una epidemia, el desarrollo, producción y adquisición de vacunas deben ser prioridad, aunque el inicio de los procesos de vacunación parezca un evento remoto. Llegada una pandemia, vacunar a la población rápidamente tiene un valor enorme: un estudio de octubre de 2020 del BID con cálculos para América Latina estima que terminar la pandemia del COVID-19 tres meses antes “produciría a la región una ganancia de casi US$ 35.000 millones solo en beneficios económicos”.
Afortunadamente, las vacunas han sido la historia más positiva de la respuesta al COVID-19. Se consiguió desarrollar, producir y distribuir vacunas eficaces y económicas en muy buen tiempo. Más aún, algunas de ellas están basadas en tecnologías nuevas. Esto es promisorio hacia el futuro, porque la diversidad en los tipos de vacunas que se pueden ensayar aumenta la probabilidad de éxito contra cualquier patógeno. Por otra parte, la experiencia actual ha dejado una receta respecto a lo que deben hacer los gobiernos para acelerar la eventual vacunación desde el principio de una pandemia. Esa receta incluye varias acciones clave, tanto para el desarrollo, producción y compra de vacunas (financiar investigaciones, instalar capacidad de producción, armar acuerdos multilaterales), como para la distribución y administración de las mismas (ampliar cadenas de distribución, entrenar al suficiente personal, organizar espacios adecuados para jornadas de vacunación). Simultáneamente, es importante impulsar campañas informativas para dar a conocer los beneficios de las vacunas y luchar contra los mitos que generan desconfianza entre la población.
- Incentivar el cumplimiento de normas y comportamientos deseables. El comportamiento de las personas es fundamental para determinar la dinámica de una epidemia y, por tanto, regular ese comportamiento es el objetivo principal de las medidas que toman las autoridades en tales circunstancias. Pero más allá de las reglas formales impuestas, las personas actúan de acuerdo con un cálculo individual de riesgos, costos y beneficios, y la política pública debe reconocer ese cálculo e incorporarlo.
Por ejemplo, estudios muestran que si toda la población usa máscaras en público, se reduce la mediana del Rt del Sars-COV-2 en 25,8% (con un 95% de las medianas entre el 22,2% y el 30,9%). Sin embargo, no hay evidencia de que con solo exigir el uso de mascarillas se reduzca la transmisión, pues el uso de mascarillas se ve fuertemente afectado por factores distintos a los mandatos. Por esto, cerrar la brecha entre la norma y el cumplimiento resulta clave y complementar las normas con incentivos (castigos y/o recompensas) puede llegar a alinear el cálculo individual y el social.
Si una acción genera externalidades positivas, es importante incentivarla. En línea con eso, varios países ofrecieron ayuda económica a personas con síntomas para que se confinaran durante un tiempo. Asimismo, estados y ciudades de Estados Unidos han ofrecido distintas recompensas para que los ciudadanos se vacunen, iniciativa que se ha replicado en el sector privado. Estudiar cuidadosamente los efectos de distintos incentivos ofrecidos es aún una tarea pendiente, pero a priori son políticas con mucho sentido. Por supuesto, iniciativas de este tipo deben diseñarse con mucha cautela y considerando cuidadosamente las capacidades estatales para su adecuada implementación. Sin capacidades, los incentivos se pueden pervertir, produciendo resultados nulos o incluso contraproducentes.