El Caribe, cuna de las monedas digitales nacionales
Las cuarentenas masivas prescritas por las autoridades sanitarias para controlar el COVID-19 han traído consigo significativas alteraciones en los hábitos de las personas. El acceso al trabajo, al estudio, la socialización y hasta los servicios religiosos tuvieron que adaptarse al nuevo normal de los encierros obligatorios, haciéndose posible gracias a las tecnologías digitales. En el caso del comercio y las compras minoristas el impacto fue asombroso. En 2020, vimos como el volumen de ventas por e-commerce a nivel mundial trepó a máximos históricos (USD 4,2 billones), mientras que la demanda por servicios digitales recibidos en casa, por ejemplo delivery de comida, más que se duplicó en los hogares latinoamericanos después estallar el coronavirus. Así, la pandemia expuso, como nunca, la importancia de la conectividad y las herramientas digitales para las actividades cotidianas.
Con esta menor aprensión de las personas hacia los “temas virtuales” aumentó el interés sobre las llamadas monedas digitales, que dejaron de ser una materia de discusión entre sofisticados inversionistas financieros para convertirse, incluso, en asunto de interés nacional. Tal como ocurre hoy en día en El Salvador, donde el Congreso Nacional aprobó una ley que convertirá la criptomoneda Bitcoin en dinero de curso legal en los próximos meses. Las monedas digitales son un medio de intercambio que sólo pueden disponerse y utilizarse de manera electrónica, mediante billeteras (e-Wallet) conectadas a una red de internet. Al igual que el dinero físico, como los billetes, la moneda digital se utiliza para comprar bienes y servicios, aunque restringido a ciertas comunidades o grupos de tenedores.
Aquí valdría la pena detenernos brevemente para hacer una aclaratoria. Una moneda digital puede existir de manera descentralizada o regulada por una institución central. En el primer caso se encuentran las criptomonedas (por ejemplo, el Bitcoin o el Ethereum), que funcionan bajo el control de desarrolladores de la moneda o de un protocolo de red definido. En el segundo caso se encuentran la monedas digitales emitidas centralizadamente por un banco central, la cual llamaremos en este artículo como monedas digitales nacionales.
Hasta hace unos meses, las monedas digitales nacionales eran sólo prototipos en estudio, sin embargo, en octubre de 2020 ocurrió la emisión del “dólar de arena” por parte del Banco Central de Bahamas, constituyéndose en la primera moneda digital nacional de la historia. Unos pocos meses más tarde, en marzo de 2021, el Banco Central del Caribe Oriental (BCCO) también se embarcó en esta era de monedas digitales nacionales, lanzando el “DCash” en 4 de sus 8 estados miembros (Antigua y Barbuda, Granada, San Cristóbal y Nevis y Santa Lucía). El DCash ya se encuentra disponible para los habitantes de estos países mediante el uso en sus teléfonos inteligentes.
No es fortuito que hayan sido estas islas del Caribe los primeros países en el mundo en emitir su propia moneda digital, tomando en cuenta que su dispersa geografía siempre constituyó un desafío para la logística operacional de sus sistemas de pagos. En Bahamas, con centros poblados en más de 20 islas, la distribución de dinero físico resulta una tarea compleja y costosa para las autoridades. Por su parte, en el Caribe Oriental, las autoridades buscan reducir los costos de las transacciones financieras domésticas (tarifas por uso de POS, comisiones por compensación de cheques o tasas por transferencia) los cuales disuaden, y a menudo, excluyen a las pequeñas empresas y familias del sistema financiero. De esta manera, el dólar de arena y el DCash tienen el potencial de reducir muchos de estos costos, facilitando a sus tenedores un medio de pago tan líquido como el efectivo, sin la necesidad de acudir a un cajero electrónico o una agencia bancaria.
La entrada en escena de los bancos centrales al entorno de las monedas digitales ha dado un soporte definitivo a la consolidación de estas formas modernas de dinero. Los bancos centrales tienen la capacidad de centralizar las emisiones de monedas electrónicas, ofrecer un esquema regulatorio confiable y disponer de recursos para configurar una apropiada infraestructura tecnológica. Al 19 de agosto, 81 países (que suman más del 90% del PIB mundial) están adelantando proyectos piloto o realizando estudios para implementar una moneda digital de emisión propia, según datos recabados por el Atlantic Council.
En este grupo de países, China se encuentra con un paso al frente entre las economías de mayor tamaño del planeta, habiendo aplicado de manera experimental el “e-yuan” en cuatro ciudades (Shenzhen, Suzhou, Chengdu y Xiong’an) desde abril de 2021. La expectativa de las autoridades chinas es que esta moneda sea de pleno funcionamiento a finales de 2022, a propósito de las olimpiadas de invierno. En America Latina, se destaca el proyecto del Banco Central de Brasil para digitalizar el Real en tres años, contando con la puesta en marcha del sistema de compensación de pagos instantáneos PIX, con más de 87 millones de usuarios registrados a la fecha.
No obstante, la mayor expectativa se centra en el “Proyecto Hamilton”, estudio para digitalizar el dólar estadounidense realizado por la Reserva Federal en asociación con Instituto de Tecnología de Massachusetts. Siendo la moneda de mayor circulación a escala mundial, la eventual digitalización del dólar tiene el potencial de transformar los canales de pagos más allá de las fronteras de EE. UU. Disponer de una moneda como el dólar desde un smartphone será una opción muy atractiva para residentes de economías con monedas débiles (de alta inflación), quienes muy probablemente estarían prestos a mantener su dinero en una moneda digital que no genera comisiones al usarla, de fácil transportación, respaldada por el mayor banco central de planeta y, por si fuera poco, que no propaga el COVID-19.
El funcionamiento de las monedas tradicionales en los países pequeños con la eventual llegada del dólar digital, la potencial dolarización de la economía mundial o incluso los riesgos de desintermediación del sistema bancario (generado por una corrida de depósitos hacia dinero digital) serán los tipos de desafíos que deberá enfrentar la expansión de las monedas digitales nacionales en los próximos años.
También será necesario reestablecer los parámetros de privacidad de las transacciones realizadas por las personas. Con la masificación de las monedas digitales los bancos centrales podrían utilizar la tecnología informática envuelta en su funcionamiento para afinar los sistemas de monitoreo de actividades ilícitas, con la emisión de monedas basado en sistemas de cuentas y códigos de seguridad que permitan identificar los tenedores y sus operaciones. No obstante, esta opción es cuestionada por muchos usuarios, quienes prefieren mantener el esquema aplicado por las criptomonedas, basado en tokens, que garantiza el anonimato de las transacciones similar al dinero físico.
Aunque todos estos temas aún se encuentran bajo estudio, hoy en día la pregunta más relevante no es saber si las monedas digitales nacionales van a llegar, sino cuándo van a llegar. Similar al paso del dinero en especies (oro, plata) a billetes emitidos por bancos en el siglo XIX, o la monopolización de las emisiones de dinero por los bancos centrales a principios del siglo XX, podríamos estar a las puertas de una nueva transición tecnológica en los medios de pagos: el paso de la moneda física a la digital, proceso para el cual todos deberíamos ya estar preparados.