Alza de inflación: ¿Cisne negro o viejo conocido?
El auge de la inflación en los últimos meses pudiera ser visto como un elemento extraño para las nuevas generaciones, especialmente para los jóvenes de los países avanzados. Con seguridad para muchos zoomers estadounidenses, aquellos que nacieron a mediados de los años noventa, presenciar tasas de inflación por encima de 5,0%, como las actuales, les resulta un evento atípico, similar a lo experimentado por el capitán holandés Willem de Vlamingh cuando avistó cisnes negros en la Australia Occidental de finales del siglo XVII, los cuales eran totalmente desconocidos para los europeos de la época.
Aunque la comparación con los cisnes negros australianos parece una exageración, podríamos coincidir en que el fenómeno inflacionario observado después de la crisis del COVID-19 es un evento que quiebra la tendencia de baja inflación de los últimos años. El aumento de la propensión al ahorro por el envejecimiento poblacional, la menor incidencia de los costos laborales en las estructuras de costos de las empresas o los mejores marcos de políticas fiscales y monetarias han promovido un progresivo declive de la inflación. En Estados Unidos, entre 2011 y 2020 el promedio anual de inflación fue 1,7%, menos de la mitad de lo registrado en la década de los ochenta (4,7%) y apenas una quinta parte del valor medio de los setenta (8,1%). Similar comportamiento se puede observar en las economías emergentes, aunque con una mayor heterogeneidad entre países dadas las dispares realidades macroeconómicas.
En contraste con esta tendencia, el pasado mes de septiembre las lecturas de precios reportaban alzas interanuales de 5,4% en Estados Unidos, 3,4% en la Unión Europea y 3,2% en el Reino Unido, tasas que superan las metas oficiales previstas por las autoridades que ya habían sido revisadas hacia arriba. En el bloque de economías emergentes la situación no es muy diferente, con Turquía y Brasil mostrando trayectorias crecientes de inflación y niveles superiores al 10% por año, mientras que en América Latina, Chile, Colombia, Perú y México también acusaban crecimientos de precios por encima de los valores objetivos.
En algunos casos, este empuje de la inflación está respondiendo al efecto estadístico del bajo año de comparación por la recesión del COVID-19. En otros casos, obedece a elementos idiosincráticos, como la incidencia de fenómenos meteorológicos sobre los bienes agropecuarios (Brasil y Paraguay) o problemas de abastecimiento de combustible (provisión de gas para la generación de electricidad en Europa o de gasolina en Reino Unido). Sin embargo, también hay envueltos factores de carácter sistémico, como las presiones de demanda generadas por la reapertura de la economía; las interrupciones en las cadenas globales de suministros industriales, que fuerzan un choque negativo de oferta; o el auge de las cotizaciones de materias primas de energía, las cuales encarecen los insumos críticos para la producción de bienes y servicios.
Las principales agencias multilaterales y bancos centrales del mundo diagnostican estas presiones inflacionarias como transitorias, entendiendo que los factores que impulsan los precios no serían capaces de sostenerse a medio plazo. Por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional en su más reciente Informe de Perspectivas Económicas proyecta el pico de este auge inflacionario para finales de 2021, estimando una reducción gradual de las tasas de inflación para 2022.
En general, parece acertado catalogar el actual choque de precios como un fenómeno temporal, tomando en cuenta que el desbalance entre demanda y oferta generado por la reapertura económica, así como los problemas logísticos de insumos industriales deberían estabilizarse en los próximos meses con el avance de los programas de vacunación y la plena reapertura económica. Igualmente, se espera que el descalce en algunos commodities de energía, como el petróleo, se alivie con la normalización de la producción del grupo de países OPEP+, los cuales ya anunciaron aumentar progresivamente sus exportaciones de crudo para alcanzar los niveles prepandemia en septiembre del próximo año.
Sin embargo, la permanencia o no de altas tasas de inflación también depende del “anclaje de expectativas”, es decir, de la valoración que tenga el común de las personas sobre estos choques de precios y su impacto en la senda de inflación de medio plazo. Así como el navegante usa una áncora de hierro para sujetar su embarcación al fondo del mar y evitar que se desplace con el vaivén de las olas, los economistas suelen usar el término "anclado" para referirse a la relativa insensibilidad de las expectativas de inflación a los datos entrantes, que podrían mostrar alzas en los precios.
Con las expectativas ancladas a las metas oficiales, los choques temporales que afectan a la tasa de inflación, como los que estamos observando en la actualidad, no se trasladarían a los salarios, evitando la retroalimentación y la erosión del objetivo de estabilidad de precios. A fin de cuentas, el anclaje de las expectativas es una relación de credibilidad entre la sociedad y sus policy makers, la cual es construida por años y que, lamentablemente, puede perderse muy rápido.
Aquí se encuentra el principal desafío de los bancos centrales en los próximos meses. Por un lado, dejar que este choque transitorio de precios se diluya en el tiempo tiene el riesgo de mantener la inflación por encima de la meta más allá de lo deseado, lo que podría generar distorsiones en la formación de precios (activación de mecanismo de indexación) y desanclar las expectativas. Por otro lado, un accionar contractivo y contundente de la política monetaria, para evitar el des-anclaje de las expectativas, tiene el perjuicio de enfriar tempranamente al proceso de recuperación económica pospandemia.
Este último parece ser el caso de muchos bancos centrales de América Latina, los cuales ya han comenzado a retirar los estímulos de tasas de interés aplicados durante la crisis, a fin de evitar perturbaciones sobre las expectativas inflacionarias de medio plazo. En una región donde las altas tasas de inflación son un viejo conocido más que un cisne negro, las autoridades han tomado rápida diligencia sobre el actual choque de precios, tomando incluso el riesgo de contraponerse a las aún expansivas políticas fiscales de algunos países.
Si bien las “anclas” para fijar las expectativas son más livianas en América Latina que en las economías avanzadas y, por tanto, los choques transitorios de precios tienen mayor chance de convertirse en fenómenos permanentes, también es cierto que nuestras instituciones, monetarias y fiscales, han adquirido mayor fortaleza en los últimos años, lo cual ofrece un soporte para que la región pueda salir airosas de la actual coyuntura. Más allá de la región latinoamericana, en las economías avanzadas, también se acerca el momento de apretar la política monetaria, tanto por la persistencia del aumento de la inflación a lo largo del año como por los primeros indicios de propagación hacia los salarios nominales.