Covid-19 y desigualdad: ¿Se agrandarán las brechas sociales en América Latina y el Caribe?
Este blog está escrito por Lucila Berniel y Dolores de la Mata.
La crisis económica y social desencadenada por el Covid-19 tuvo un impacto sin precedentes y amenaza con ampliar varias de las grandes deudas pendientes de la región en términos de pobreza y desigualdad. Ya durante la década del 2010 la región experimentó un estancamiento en estos indicadores socioeconómicos respecto a la década previa. En 2019, uno de cada tres latinoamericanos vivía en un hogar bajo la línea de pobreza y las brechas de ingresos entre ricos y pobres se encontraban entre las más altas del mundo. En esta entrada discutimos dos importantes canales, el funcionamiento de los mercados laborales y la acumulación de capital humano, a través de los cuales la crisis del Covid-19 puede transformarse en una fuente de amplificación de las desigualdades. Estas brechas sociales más profundas reforzarían a su vez los vínculos intergeneracionales de la pobreza, con consecuencias que no tardarán en hacerse visibles y que pueden perdurar en el largo plazo, amenazando las bases de un desarrollo inclusivo para la región.
La caída en la actividad económica producto de la pandemia y de las medidas tomadas por los gobiernos para controlar su avance impactó fuertemente en el empleo, que cayó abruptamente en 2020 y se ha recuperado, en parte y lentamente, a lo largo de 2021. De acuerdo con los últimos datos disponibles provenientes de encuestas de hogares para un grupo seleccionado de países, hacia mediados del presente año el empleo no había alcanzado aún los niveles prepandemia, tal como muestra la línea roja del Gráfico 1. La pérdida de empleo, no obstante, no ha sido igual para todos. Por ejemplo, en muchos países el impacto sobre el empleo recayó desproporcionadamente sobre las personas con menor nivel educativo y sobre las mujeres, dando los primeros indicios de que la crisis amplificará la desigualdad de ingresos preexistentes antes de la llegada de la pandemia (Gráfico 2).
La caída el empleo vino acompañada de una importante reducción en la participación laboral (Gráfico 1). Así, no solo los problemas de demanda laboral dificultan el restablecimiento de los niveles de empleo previos a la crisis, sino también ciertos factores que determinan las decisiones de oferta laboral podrían estar obstaculizando la reactivación. Trabajadores desalentados por las altas tasas de desempleo y por la necesidad de realizar tareas de cuidado en el hogar durante el cierre de las escuelas están detrás de la persistente caída en la participación laboral. Estas interrupciones laborales tienen altos costos ya que dificultan la reinserción laboral por deterioro de habilidades y una menor y más intermitente experiencia laboral acumulada, reduciendo las chances de obtener en el futuro empleos de mayor calidad, por ejemplo, empleos formales. Cabe destacar además que la caída en la participación laboral ha sido especialmente alta para las mujeres, desandando en parte los progresos logrados en el cierre de brechas de género en las últimas décadas. Otro grupo muy afectado por esta crisis fue el de los jóvenes, para quienes aumentó desproporcionadamente la tasa de informalidad. La evidencia señala que las experiencias laborales tempranas de baja calidad, como las entradas al mundo laboral a través de la informalidad, comprometen seriamente la calidad de las trayectorias laborales futuras.
A todo lo anterior, y como factor desigualador adicional, debe sumarse el impacto de la pandemia en las posibilidades de continuar trabajando pero desde casa. Como lo muestra este trabajo, las posibilidades para teletrabajar están desigualmente distribuidas en la población debido a que el tipo de ocupaciones que pueden prescindir de la presencialidad así como la disponibilidad en el hogar de los complementos necesarios para el teletrabajo (conectividad, espacio físico y bajas demandas de cuidado) están más presentes en los grupos más ricos.
Impacto del Covid-19 en las inversiones en capital humano y la desigualdad en el largo plazo
La infancia y la adolescencia son períodos críticos de acumulación de capital humano. La interrupción de ciertas inversiones en estas etapas puede tener consecuencias permanentes en el desarrollo tanto cognitivo como socioemocional y físico. Durante la pandemia, los principales actores que contribuyen a la formación del capital humano (la familia, el sistema educativo y el sistema de salud) sufrieron importantes disrupciones que podrán dejar cicatrices permanentes sobre algunos niños y jóvenes que transitaron su infancia y adolescencia durante este período. Por un lado, las familias, sufrieron un drástico shock de ingresos por la pérdida de empleos y la reducción de la actividad económica. Como documentamos anteriormente, el shock no fue homogéneo entre distintos grupos de la población y los sistemas de protección y asistencia social solo han logrado amortiguar parcialmente la pérdida de ingresos de los hogares más vulnerables. Así, los niños provenientes de contextos familiares más vulnerables son quienes potencialmente más sufrieron el ajuste de inversiones familiares para formar capital humano. Este tipo de mecanismos puede reforzar lazos intergeneracionales de pobreza.
El sistema educativo se vio también afectado de una manera sin precedentes: las medidas de distanciamiento social obligaron al cierre de escuelas y a sustituir la educación presencial por modos alternativos de educación a distancia. De acuerdo a los datos recopilados por UNESCO, los países de América Latina y el Caribe fueron los que experimentaron cierres más prolongados a nivel mundial y en donde la modalidad de educación a distancia estuvo vigente durante más tiempo, tal como se resalta en las barras rojas del Gráfico 3. Como la educación a distancia es un sustituto imperfecto de la educación presencial y además tanto las escuelas como los hogares no pudieron adaptarse rápidamente a esta modalidad, puede esperarse que las pérdidas de aprendizaje sean sustanciales. Si bien no se dispone aún de información actualizada y comparable entre países, se avizoran caídas en aprendizajes incluso mayores en niños de hogares más vulnerables, para quienes los medios para adaptarse a la educación a distancia son notablemente más escasos.
Finalmente, la pandemia generó importantes disrupciones en el sistema de salud y en la provisión de servicios críticos en los primeros años de vida. Por un lado, la necesidad de volcar recursos hacia la contención de la pandemia y, por el otro, la menor demanda de servicios médicos por las restricciones a la movilidad y el miedo al contagio, generaron interrupciones en la atención primaria de la salud. Aunque los datos son más limitados, algunos indicadores sobre la cobertura de vacunas en niños de entre 0 y 5 años dan indicios de la magnitud de estas interrupciones. El Gráfico 4 muestra cómo varió la cobertura de tres vacunas (primera y tercera dosis de la vacuna contra la difteria, tétanos y tos convulsa y segunda dosis de la vacuna del sarampión) en el año 2020, respecto al promedio observado entre 2017 y 2019. En el Gráfico 4.A se muestra la variación en la cobertura América Latina y el Caribe respecto a otras regiones del mundo. Nuestra región fue la que mayores caídas experimentó en este período. El Gráfico 4.B indica que, si bien la variación fue heterogénea entre países, en la mayoría de ellos se observaron caídas en la cobertura. Dada la alta fragmentación de los sistemas de salud en los países de la región y las brechas de calidad entre los sistemas contributivos y no contributivos, es esperable que los grupos más vulnerables (cubiertos por los sistemas no contributivos) hayan encontrado mayores barreras al acceso efectivo a servicios de salud esenciales.
En síntesis, las disrupciones en las inversiones en capital humano han sido de gran magnitud y muestran un perfil que acentúa desigualdades previas. Esto es especialmente preocupante en América Latina y el Caribe, una región caracterizada por un desigual acceso a estrategias de cobertura y aseguramiento que amortigüen estos golpes. Para que la región siga mejorando las oportunidades de las nuevas generaciones es crucial tener muy presentes las cicatrices que puede dejar la crisis del Covid-19 y actuar en consecuencia para minimizar sus impactos de largo plazo. De otra manera, este shock podría convertirse en uno más de los que alimentan los mecanismos intergeneracionales que reproducen situaciones de pobreza y desigualdad en la región.