América Latina y el Caribe (ALC) se encuentra entre las regiones más urbanizadas del mundo, con nada menos que 8,1 de cada 10 personas viviendo en ciudades. La referencia en los países de la Unión Europea es de 7,4 y el promedio mundial de 5,5. Las proyecciones indican que la urbanización en la región seguirá avanzando y, para 2050, alrededor del 90% de la población estará en áreas urbanas.
La región también se destaca por la alta proporción de la población que vive en aglomeraciones de más de 1 millón de habitantes. Son el 40% de la población, un nivel muy superior al promedio mundial del 24%, y alrededor de ¼ de la población vive en la ciudad más grande de su país.
Las razones de la alta urbanización son muchas e incluyen la búsqueda de mejores oportunidades económicas, el acceso a los servicios públicos y, a menudo, la migración forzada asociada con la exposición a desastres naturales, conflictos internos y otros problemas de seguridad.
En principio, la urbanización trae muchos beneficios económicos, como especialización, economías de aglomeración y escala, y sinergias y complementariedades que, en definitiva, incrementarían las oportunidades de negocio y empleo y potenciarían la productividad y competitividad del sector privado. Pero esto no es siempre lo que se observa.
De hecho, muchas de nuestras grandes ciudades, como Bogotá, Buenos Aires, Ciudad de México, Lima, Quito, Río de Janeiro y São Paulo, por mencionar algunas, a pesar de albergar una parte sustancial del PIB de sus países, registran altos índices de informalidad laboral, alta proporción de la población viviendo en viviendas irregulares, transporte público informal, altos niveles de violencia y precarios servicios públicos de salud, educación, agua y saneamiento.
Aunque son altos para los estándares del propio país, el stock de capital per cápita en infraestructura y el PIB per cápita son sustancialmente más bajos que los de ciudades de tamaño similar en países avanzados. En varios casos, el PIB per cápita de las grandes ciudades ha crecido menos que el propio país y, en otros, incluso ha bajado en los últimos años, lo que implica que muchas de nuestras ciudades han perdido o no tienen el dinamismo esperado. De esta forma, las ciudades de la región no estarían aprovechando su potencial de productividad y competitividad. Todo esto limita la calidad de vida y socava las aspiraciones de nuestros países de alcanzar mayores estándares de desarrollo.
Para que sean motores de crecimiento, el futuro de las ciudades depende, en primer lugar, de cómo se gestionen y de cómo afronten los múltiples retos a los que están expuestas. Y en segundo lugar, de su capacidad para fomentar y explotar economías de aglomeración, atraer y retener inversiones y talento, y fomentar la formación de grupos empresariales generadores de riqueza.
Respecto al primer punto, se requiere una gestión pública para hacer las ciudades más accesibles y digitales, mejorar la infraestructura, brindar servicios públicos de calidad y brindar más seguridad e inclusión social. En este sentido, atacar la informalidad y mejorar la calidad de vida debe estar entre los principales objetivos de los directivos. Después de todo, sin resolver el alto nivel de informalidad, será más difícil aumentar la productividad y lograr un patrón de crecimiento más sostenible.
Pero el éxito de las intervenciones depende de la gobernabilidad, lo que requiere instituciones que promuevan políticas públicas eficientes con transparencia y participación. En este sentido, es importante fortalecer las capacidades de los gobiernos locales para coordinar e implementar políticas públicas y conducir a las ciudades a un nuevo equilibrio basado en el bienestar de los ciudadanos.
El sector del transporte es ilustrativo de los impactos de las deficiencias de las políticas sobre la competitividad. Con una infraestructura de movilidad escasa e inadecuada, por un lado, las personas tienen dificultades para acceder a mejores puestos de trabajo y, por otro lado, las empresas tienen menos acceso a la mano de obra más preparada. En ciudades como Bogotá, Ciudad de México, Lima y São Paulo, al menos 1/3 de la población utiliza al menos una hora al día solo para ir a trabajar.
Respecto al segundo punto, es fundamental que las ciudades crezcan más y que puedan generar más recursos para financiar servicios públicos de calidad, inversiones en infraestructura y una gestión pública más moderna. Pero los desafíos para hacerlo son grandes. Considere la demografía de las empresas. Los servicios son, con diferencia, las actividades predominantes en nuestras ciudades. El problema es que esos servicios en su mayoría están orientados al consumo personal y a las pequeñas empresas, que en gran medida son proporcionados por pequeñas empresas que hacen poco uso de la tecnología, emplean modelos de negocios obsoletos y, a menudo, son informales. De esta forma, generan pocos excedentes, lo que lleva a muchas ciudades a un círculo vicioso de bajo crecimiento e informalidad.
La demografía de las empresas en las ciudades globales se caracteriza por negocios asociados a la generación de conocimiento, tecnología e innovación y por servicios dirigidos a cadenas de valor locales e internacionales, contribuyendo a atraer inversiones, generar altos excedentes y promover un ciclo virtuoso de alto crecimiento.
¿Cómo romper el círculo vicioso? A estas alturas de la geopolítica internacional y de la geografía económica y de nuestro atraso tecnológico, no hay muchas salidas. Pero los caminos existen y son prometedores. Piense, por ejemplo, en las ventajas comparativas y competitivas asociadas al enorme potencial de los commodities, que se han convertido en el centro de gravedad económico de varios de nuestros países, y la rica biodiversidad que nos rodea.
En este sentido, un camino promisorio es incentivar la formación en las ciudades de clusters empresariales asociados a commodities, desarrollar cadenas de valor locales y promover la innovación, las tecnologías, el conocimiento y los instrumentos financieros y de mercado de capitales asociados a esas actividades, estimulando así una alianza ganadora entre el campo y ciudad.
Piense, también, en las inmensas oportunidades para proyectos, conocimientos, tecnologías y modelos de negocios asociados con la rica biodiversidad y la sustentabilidad, que también pueden generar una poderosa asociación de ventas entre campos, minas y ciudades.
Para que nuestras ciudades sean parte de la solución y no del problema del desarrollo, se necesitará estrategia, coordinación entre los sectores público y privado y mucho pragmatismo.
Jorge Arbache
Vicepresidente de Sector Privado, CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-
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