Los servicios y la política industrial moderna
13 de abril de 2023
¿El iPhone es un producto industrial o un servicio? Como el iPhone está hecho de aluminio, plástico y otros materiales y se fabrica en una línea de ensamblaje típica, muchos dirían que es un producto industrial. Pero, dado que la mayor parte del valor agregado del iPhone son servicios tales como investigación y desarrollo, software incorporado, marca, diseño y distribución, muchos dirían que es esencialmente un servicio. Desde el punto de vista del usuario, el iPhone sin software no vale nada, y lo mismo ocurre con el software sin equipo físico para acceder a él. Este aparente embrollo conceptual pone de manifiesto una de las características de la actividad industrial moderna: la íntima combinación de la industria con los servicios en una relación de dependencia mutua para la creación de valor, y la dificultad para identificar la línea divisoria que separa ambas actividades.
Pero, no siempre fue así. La historia económica de países como Inglaterra y Estados Unidos muestra que, a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, la mayoría de los pasos en la producción de un determinado bien se concentraron en la propia fábrica, lo que ayuda a explicar el entonces rápido aumento de la participación de la industria en el PIB. Pero, la historia económica también muestra que el aumento de la relevancia de la industria estaría acompañado por la introducción de nuevas tecnologías e innovaciones y nuevos modelos operativos. Entraría en juego la externalización de las etapas productivas y gran parte de lo que hasta entonces era propio de la actividad industrial se convertiría poco a poco en servicios descentralizados prestados por terceros, dando lugar a una creciente complementariedad e interacción funcional entre industria y servicios que aumentaría el valor agregado total, mientras se reduciría la participación relativa de la manufactura en el PIB.
La etapa actual de desarrollo industrial en varios países avanzados refleja ese patrón: industria modesta acompañada de una alta densidad de laboratorios de I+D, universidades comprometidas con la industria, servicios avanzados de distribución, marcas, marketing, servicios financieros y muchos otros servicios específicos dirigidos a la agregación de valor industrial. De hecho, en varios segmentos, la contribución de este rico ecosistema de servicios puede ser mucho mayor que la contribución de la planta de producción. Estados Unidos es un ejemplo ilustrativo. Si bien la manufactura representó solo el 12% del PIB en 2021, la actividad industrial, incluido ese ecosistema, fue al menos 2,5 veces mayor y representando nada menos que el 66% del total de inversiones privadas en I+D. Y esto, a su vez, fue uno de los principales factores responsables de la recuperación de la economía estadounidense en la crisis financiera de 2008 y en la fase posterior a la pandemia. Por lo tanto, el sector industrial en su conjunto tiene una gran influencia en el destino de la economía estadounidense.
Los países de industrialización tardía, como Corea del Sur, han seguido el mismo modelo de desarrollo industrial. Aunque la industria participe con un alto 26% del PIB en 2021, son las tecnologías, las innovaciones y otros servicios los que determinan cada vez más la verdadera influencia del sector industrial. Como resultado, las marcas coreanas de productos tecnológicamente avanzados, como automóviles, chips y productos electrónicos, ya compiten a nivel mundial e incluso han tomado la delantera en algunos segmentos. En China, la manufactura representa el 27,5% del PIB, pero, la influencia del sector industrial está cada vez más determinada por el desarrollo tecnológico, las marcas, las redes de distribución y otros servicios. Es probable que la participación de la manufactura en el PIB de ambos países disminuya en los próximos años, pero también es probable que aumente la influencia de la actividad industrial.
Esta discusión parece pertinente en un contexto donde la política industrial está volviendo, y con fuerza, a las políticas públicas. Incluso los países desarrollados que hasta hace poco se oponían a las políticas industriales, ahora buscan aumentar la producción manufacturera local, incluso con medidas intervencionistas y proteccionistas y con generosos subsidios. Los ejemplos abundan. Considere el Inflation Reduction Act, el Chips and Science Act, el Buy American, o el Reshoring, todos de EE. UU.; o considere el Green Deal Investment Plan, el Critical Materials Plan, el Next Generation EU, o el Made in Europe Partnership, todos de la Unión Europea. Es probable que estas políticas tengan éxito en la promoción de una mayor producción industrial, pero, es la disponibilidad de un ecosistema industrial innovador y sofisticado lo que marcará la diferencia.
Los países emergentes también buscan un mayor protagonismo industrial. India, Indonesia, México, Vietnam, Brasil, Costa Rica, Honduras, Chile y muchos otros siguen este camino. Pero ¿pueden competir con los países ricos? La capacidad financiera relativamente modesta para brindar apoyo fiscal y la falta de disponibilidad de un ecosistema de servicios industriales comparable los pone en desventaja y condena a algunos países a limitarse a albergar maquilas.
En este punto, para competir y tener un lugar en el sol en la industria global, será necesario enfocar y concentrar esfuerzos para desarrollar tecnologías, innovaciones, logística, marcas y muchos otros servicios industriales, así como trabajar en los distintos factores habilitadores que hacen posible la industrialización de las ventajas comparativas y competitivas de cada país. Después de todo, ahí residen las mejores y más plausibles oportunidades para los países emergentes. En el caso de América Latina, por ejemplo, se debe considerar, entre otros, la industrialización de la agricultura, la ganadería, la pesca, la minería, las tierras raras, los bosques, la biodiversidad y la bioeconomía, así como la industrialización a través de energías verdes y renovables y biocombustibles, como propugnada por la estrategia empresarial de powerhoring.
Para tener más posibilidades de éxito, la política industrial de los países emergentes deberá ser pragmática, apuntar a objetivos con ojos de águila y promover el desarrollo de un ecosistema industrial, elemento fundamental para una sólida, autosostenible y competitiva transformación productiva.
Jorge Arbache
Vicepresidente de Sector Privado, CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-
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