Una de las realidades de nuestro tiempo es la fragmentación global por cuenta de las diferencias geopolíticas y económicas entre las grandes potencias. Más allá de la discusión sobre si eso resulta deseable, es imposible negar que la idea de un planeta donde no existan barreras comerciales se enfrenta a un número importante de medidas de corte unilateral que alteran los flujos de productos y de capitales.
Sin duda el caso más notorio es aquel que atañe a Estados Unidos y China. El aumento en los aranceles de lado y lado, junto con otras medidas, llevó a que la nación asiática dejara de ser hace poco la primera fuente de importaciones del país del norte por primera vez en dos décadas.
Ahora ese lugar le corresponde a México, que en 2023 le vendió a su vecino bienes por valor de 475.600 millones de dólares. Dicha cifra seguramente será superada este año, pues al cierre del primer trimestre las exportaciones mexicanas aumentaron a un ritmo cercano al 4 por ciento.
Buena parte de lo sucedido está relacionado con la relocalización de plantas industriales hacia sitios más cercanos a los grandes centros de consumo. Ese proceso, conocido en inglés como ‘nearshoring’ o ‘friendshoring’, está en pleno desarrollo como lo sugieren los datos referentes a inversión extranjera en América Latina.
Y es que aparte de México, cuya situación económica se ha beneficiado de este auge —según un documento escrito para CAF por los especialistas Daniel Chiquiar y Martín Tobal—, el resto de la región también tiene mucho que ganar. Son múltiples los casos en Centroamérica, el Caribe y partes de Suramérica, incluyendo a Colombia, donde compañías del sector manufacturero han decidido asentarse en el respectivo territorio con el propósito de exportar.
Aparte de la geografía, nuestros países tienen la ventaja de haber puesto en práctica la política del regionalismo abierto. Esta incluye acceso preferencial a los mercados más importantes, con lo cual se pueden desarrollar plataformas sofisticadas para la venta de productos manufacturados o de prestación de servicios de corte tecnológico.
Aquí la oportunidad consiste en construir eslabones que formen parte de las cadenas globales de valor. Como es conocido, todavía dependemos principalmente (con la excepción mexicana) de la exportación de bienes primarios cuyo precio tiende a ser volátil y se caracterizan por demandar poca mano de obra calificada. En ese sentido, la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas, presentada por el presidente Joe Biden durante la cumbre de Los Ángeles de 2022, identifica una serie de pasos por seguir.
De acuerdo con el profesor David Chor, vinculado al Dartmouth College en Estados Unidos, este nuevo marco global no solo nos permitiría aumentar nuestra participación en la actividad industrial en el mundo, sino que tendría profundas implicaciones sobre el empleo, los salarios y la transferencia de tecnología hacia América Latina. Además, sería una forma de aprovechar de mejor manera los vastos recursos naturales con los que contamos, aptos para segmentos como agricultura.
Tampoco podemos pasar por alto la existencia de materias primas clave para la transición energética. Me refiero en concreto al cobre y el litio, indispensables en el avance de las energías renovables y la movilidad sostenible. A partir de esa riqueza tendríamos cómo apoyarnos sobre la que ya es una matriz de generación limpia y fortalecerla con el fin de producir kilovatios con bajas emisiones y hacer realidad otra oportunidad: la del ‘powershoring’, que consiste en partir de fuentes renovables y sostenibles para la manufactura y otros procesos.
Identificadas las condiciones favorables, es necesario señalar que los países de la región están obligados a hacer una serie de tareas para atraer a potenciales inversionistas. Estas incluyen contar con una infraestructura adecuada, normas estables y una fuerza de trabajo capacitada.
Paralelo a dicho proceso, este también debería complementarse con una revitalización de la integración regional en América Latina. Basta con subrayar que mientras en la Unión Europea las ventas intrarregionales representan más de la mitad del total; en América del Norte, el 40 por ciento y en el sudeste asiático, el 30 por ciento, en nuestro caso esa proporción es apenas del 15 por ciento.
Aquí, más allá de las posturas y orientaciones políticas de cada cual, el desafío es hacer uso del sentido común y adelantar medidas que ayuden a la facilitación del comercio, como la mejora de procedimientos en los pasos fronterizos. A fin de cuentas, los grandes ganadores serán los propios latinoamericanos, que encontrarán más posibilidades de progresar en su lugar de origen, aliviando de paso las presiones migratorias. Por eso, en CAF estamos prestos a brindar la colaboración que se nos solicite en este tema.
*Esta columna fue publicada en el periódico El Tiempo de Colombia
Sergio Díaz-Granados
Presidente Ejecutivo, CAF -banco de desarrollo de América Latina y el Caribe-
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