Nuevas políticas agropecuarias para impulsar la productividad de América Latina
Es necesario que los países de la región generen grandes saltos de productividad bajo prácticas sostenibles para poder enfrentar los retos de las próximas décadas.
Se citan con frecuencia datos impactantes que marcan los retos del sector agroalimentario, como por ejemplo la necesidad de duplicar la producción de alimentos al 2050 para atender a la creciente población global; que sólo el 3% del agua del planeta es potable (y de ella el 70% se usa para la agricultura); o que gran parte de las tierras antes fértiles han sido degradadas por un uso agropecuario inadecuado e insostenible.
Si a esto sumamos que la competencia por recursos hídricos podría causar una reducción global del 18% de la disponibilidad de agua para la agricultura hasta 2050 y que alrededor de 135 millones de personas podrían desplazarse antes de 2045 como consecuencia de la desertificación, parece evidente que necesitamos generar grandes saltos de productividad bajo prácticas sostenibles.
En muchos de los casos, los países mantienen áreas agrícolas con cultivos en los que ya no resultan ser competitivos, con un costo de oportunidad importante en el uso de los factores frente a opciones en las que sí pudieran ser eficientes con los mismos recursos y generar mayores rentas. Tradicionalmente, muchos cultivos de pan llevar ocuparon amplias zonas productivas con fines de seguridad alimentaria, pero al no tecnificarse ni incrementar su productividad y estructura empresarial, quedan rezagados, haciendo un uso sub óptimo de la tierra, además de perpetuar a los productores en la trampa de la pobreza.
Frente a ello, modelos de agricultura moderna en algunos países han demostrado que si bien es estratégico no depender totalmente de importaciones, el sector puede identificar sus ventajas competitivas, hacer un uso más eficiente de recursos para impactar en su productividad total de factores. Además, con las rentas que se generan al establecer cadenas de valor y clusters agroindutriales, es posible comprar los productos en los que no se es eficiente, a aquellos países que sí lo son.
Evidentemente, no todos los productores latinoamericanos - sobre todo los pequeños - están en capacidad de incursionar en cultivos comerciales de alta inversión y tecnología como la uva de mesa o los arándanos. Pero se tienen experiencias en la región que demuestran que existen opciones a estudiar para cada caso; por ejemplo migrando de arroz o granos básicos a leguminosas, aguacate, banano u otros a escala.
Pero pensemos en lo que requiere cambiar un cultivo por otro para un pequeño productor: en primer lugar, tener un set de opciones de reemplazo, factibles de producir en las condiciones agroclimáticas que posee. Luego, información y asesoramiento sobre la tecnología y prácticas para realizarlo; así como adoptar un modelo de negocios totalmente nuevo. Requerirá información sobre exigencias del mercado, canales, estacionalidad, competencia, reglamentación, financiamiento, etc. Probablemente tenga que cambiar toda su estrategia de vida y de racionalidad económica, ya que pasará de un cultivo de ciclo corto o tipo cash crop a uno semipermanente o permanente, evolucionando de una lógica de corto plazo a gestionar un plan de negocios de mediano a largo plazo.
Esto significa al inicio una transición en su flujo de caja también, ya que mientras el nuevo cultivo entra en fase óptima de producción, necesitará de algún ingreso para sostenerse, quizás algún producto financiero adecuado y/o cultivos de ciclo corto que acompañen al principal.
Por otro lado, para aprovechar canales comerciales más modernos, tendrá que trabajar en conjunto con otros productores y estandarizar su calidad, aprender sobre sistemas de acopio y comercialización formal, entre muchos otros. Esto implica que no podrá migrar sólo con su unidad productiva, sino que necesitará que muchos otros productores de la zona lo hagan para generar economías de escala y un volumen comercial.
Indudablemente es una brecha muy grande de conocimiento, organización e inversión que difícilmente se puede exigir a un productor agropecuario de la base de la pirámide en nuestros países ¿Quién tendría que darle todo este soporte técnico, empresarial, comercial y financiero? Generalmente estos grupos han sido atendidos por las ONG, Agencias de Cooperación y también por proyectos específicos de los gobiernos – con mucho más financiamiento dirigido en el caso de la promoción de los cultivos alternativos a la economía ilícita.
No obstante, no suele tratarse de una política integral en la mayoría de países latinoamericanos. Requiere de equipos multidisciplinarios y abordar proyectos bajo una mirada mucho más estratégica que reactiva o para promover cultivos de moda. El uso económico del territorio carece generalmente de planificación en función de los mercados. La extensión tecnológica agropecuaria es un elemento indispensable, pero requiere direccionalidad, ya que puede resultar incluso pernicioso intentar incrementar áreas y rendimientos en cultivos que tienen problemas de mercado, o en los que los productores no podrán competir jamás con aquellos que sí son altamente eficientes en costos.
El diseño de los sistemas de acompañamiento tecnológico al productor, tendrían que partir de identificar lo que los mercados exigirán tanto a nivel de producto, como de proceso como certificaciones, estándares, requisitos técnicos obligatorios, etc. y no menos importante, contar con equipos capacitados en metodologías validadas de trabajo con grupos rurales que generalmente tienen educación básica en el mejor de los casos.
Para ello se requiere un nivel político de planificación que haga uso de un aparato de inteligencia comercial permanente, con capacidad de interactuar con el capital social del territorio y conducirlo bajo una estrategia de cadenas y clúster.