Luchando contra dos pandemias
La pandemia del Covid-19 generará una caída récord en el PIB de América Latina, lo que tendrá consecuencias sociales y económicas dramáticas. Pero los países de la región ya vivían con otra “pandemia” que desde hacía mucho tiempo también causaba un daño dramático: la baja productividad laboral.
De hecho, la productividad promedio de los trabajadores en la región es una fracción de la observada en los países avanzados, de alrededor del 20%. Pero aún más preocupante es que la productividad no solo ha estado estancada durante algún tiempo, sino que incluso está disminuyendo en algunos países.
La productividad resulta de varios factores, y uno de ellos es especialmente relevante para la región: las empresas. Se estima que el 99,5% de nuestras empresas formales son micro, pequeñas y medianas, están concentradas en la producción de servicios convencionales, están mayoritariamente descapitalizadas, tienen deficiencias en la gestión, invierten poco y tienen poco acceso a tecnologías.
El problema es que esas empresas no solo son muchas, sino que también representan una parte predominante del empleo formal, alrededor del 65%. De esta manera, la baja productividad está asociada a bajos salarios, empleos de baja calidad e informalidad, y está ligada inevitablemente a dos de nuestras mayores heridas: la pobreza y la desigualdad.
Otro problema es que la baja productividad es “contagiosa” y se propaga como un virus desde el mercado de insumos y servicios para la producción. La productividad de las pequeñas y medianas empresas corresponde solo al 24% y 46% de las grandes empresas, y aquellas con cadenas productivas más descentralizadas y largas están más expuestas a la “contaminación”. Este es el caso de las empresas manufactureras y de otras con actividades urbanas. Por otro lado, las empresas con cadenas productivas relativamente más cortas, como las de agricultura y minería para exportación, están menos expuestas. Los mercados donde las opciones para los proveedores de insumos son limitadas y las empresas locales no son competitivas o están protegidas son más propensos al contagio.
Otro problema es que la baja productividad se autoperpetúa, ya que desalienta la inversión, compromete la competitividad internacional y está asociada a la trampa del bajo crecimiento.
Por lo tanto, la productividad no es solo una cuestión de interés individual para las empresas, sino también de interés colectivo, por lo que el desafío es romper ese círculo vicioso.
Aunque es un problema grave, la baja productividad también puede ser una oportunidad para un rápido crecimiento económico. Piense en el caso de la pandemia Covid-19, que podría tener efectos positivos no deseados en la productividad debido al menos a cuatro factores.
El primero es que las empresas se ven obligadas a repensar sus modelos de negocio, adoptar nuevas tecnologías y reducir costos. El segundo es que las empresas que están más obsoletas o que ya estaban en una situación frágil están más expuestas a la crisis y deberían salir del mercado en mayor proporción. El tercero es que la pandemia del Covid-19 ha acelerado los tiempos e identificado nuevas oportunidades de negocio en sectores emergentes más prometedores y mejor ajustados a la nueva realidad de las cadenas de consumo y producción. Y, en cuarto lugar, es razonable suponer que las empresas que entrarán en el mercado en un futuro próximo adoptarán tecnologías y modelos de negocio más actualizados.
Por lo tanto, también parece razonable suponer que la empresa "representativa" del período posterior a Covid-19 será más productiva que la empresa representativa del período anterior.
La pandemia de Covid-19 también brinda a los gobiernos oportunidades únicas para intervenir e implementar políticas más eficientes y efectivas para promover la productividad empresarial. Las políticas públicas podrían considerar al menos tres frentes.
El primero, combinando políticas de mayor acceso al crédito con medidas que amplíen la adopción de la transformación digital, el acceso a herramientas de gestión y mercados, la difusión de innovaciones tecnológicas, la internacionalización y el incentivo a los arreglos productivos en torno a empresas ancla que difundan conocimiento y tecnologías para empresas más pequeñas. En definitiva, medidas que contribuyan no solo a que las empresas más pequeñas produzcan más de manera más eficiente, sino que también produzcan bienes y servicios con mayor valor agregado y, por lo tanto, sean más útiles para los consumidores, para las cadenas de suministro y producción.
En segundo lugar, colaborar con las empresas y el sistema educativo formal y profesional para restaurar el capital humano y fortalecer las habilidades y competencias de las personas en un contexto de alto desempleo y creciente uso de nuevas tecnologías. Los ecosistemas de innovación regionales y locales también podrán ayudar a desarrollar y traer nuevas soluciones al mercado más rápidamente y hacer que las empresas y las personas sean más productivas y la economía más competitiva.
Y, tercero, fomentar condiciones horizontales que impacten en la productividad de las empresas. En este sentido, los gobiernos podrían jugar un papel importante en la coordinación de estándares, como salud y seguridad, promoviendo la competencia e impulsando importantes demandas sociales.
La pandemia de la baja productividad no mata como la pandemia del Covid-19, pero “paraliza”, al condenar al estancamiento económico y la pobreza. Por lo tanto, la región tiene el desafío de luchar contra ambas pandemias. La tarea es urgente y requiere determinación, sentido de oportunidad, enfoque de políticas, planificación y mucha coordinación entre los sectores público y privado.