Transitando la pandemia
La pandemia ha mostrado una evolución ondulante en Latinoamérica, con un segundo repunte de casos confirmados iniciado hacia finales de 2020; este repunte, en algunos países, ha sido incluso de mayor magnitud que el inicial, ocurrido entre mayo a agosto 2020. Si bien, en general, las curvas de letalidad aun no han superado las del primer momento, los casos y defunciones confirmadas, que se acumulan cada semana superan los 600.000 y 16.000 nuevos casos y defunciones, respectivamente. Reconociendo que no todos los casos ni fallecimientos por COVID-19 tienen pruebas confirmatorias; que para ambos casos generalmente es la PCR para COVID-19
A la hora de hacer números, la COVID-19 deja una importante estela de muertes. El exceso de muertes por todas las causas, observado en los pocos países cuyas estadísticas lo permiten, superó el 200% durante algunos meses del 2020, teniendo como base de referencia al promedio de muertes de los últimos 5 años, durante los mismos momentos del año.
En algunos recuentos se ha reportado que del 100% de muertes en exceso y por todas las causas, más del 65% corresponderían a muertes relacionadas directamente con COVID-19. En el resto, la huella del nuevo virus también podría estar presente; por ejemplo, cardiópatas que no acudieron a su control por temor a visitar un centro de salud, o inclusive por exhortación a no hacerlo. Hay un largo etcétera de condiciones que requerían atención médica y por una serie de razones, desde el temor a la falta de atención, pasando por problemas de acceso, no la recibieron.
La pandemia, indirectamente, ha afectado las intervenciones preventivas de salud, la disminución de la cobertura de programas esenciales, particularmente para niños y mujeres. Por ejemplo, se han visto desplazados algunos programas rutinarios de vacunación, lo cual puede tener temibles consecuencias y provocar graves retrocesos en los avances en salud pública logrados con enorme esfuerzo.
El SARS COV-2 nos ha cambiado la vida agregándole una importante carga de incertidumbre. Pero, en los durísimos 12 meses de pandemia, ¿aprendimos lo suficiente, al menos para no tropezar dos veces con la misma piedra y reducir, aunque sea levemente, la incertidumbre? La respuesta parece ser: No.
Los líderes y jerarcas de los países han respondido y aun lo hacen de manera diversa. Cuando está claro que la respuesta debe ser integral, tanto desde lo sanitario como desde las agendas de protección social y atención a los impactos indirectos en la economía y en el quehacer en general, aún persisten decisiones miopes basadas en la dicotomía entre elegir la salud y la economía los ha sumido en variadas incoherencias. Pocos se han rodeado de gente proba y experta, que les digan, además, lo que no desearían escuchar y actuar en consecuencia.
La capacidad de los sistemas de salud, que trató de ser fortalecida durante la primera embestida de la pandemia, muestra de manera persistente significativas insuficiencias para enfrentar la segunda ola, y desafortunadamente pareciera que ocurrirá lo mismo con la tercera. El personal de salud, agotado, de manera increíble aún sigue infectándose tenazmente en proporciones importantes y, lo que es extraordinariamente doloroso, perdiendo la vida. A estas alturas, son mártires.
Como pocas veces se ha visto, de manera general la población ha atravesado, en este lapso demasiado prolongado, una serie de etapas bastante definidas. Al inicio de miedo, que estimuló un aceptable compromiso con el acatamiento de las medidas restrictivas, que fue dando paso al hastío, al desinterés y hasta a la negación en algunos casos, particularmente en personas adolescentes y jóvenes.
No ha sido posible establecer una estrategia que -medianamente- logre el compromiso de la comunidad para el cumplimiento de las medidas de mitigación (distanciamiento social, uso de cubrebocas, etc.).
Y cuando la esperanza de contar con una o más vacunas parecía convertirse en realidad, se puso en evidencia, una vez más, las dolorosas desigualdades. Las primeras vacunas, fruto del desarrollo técnico y tecnológico de última generación, tienen un mercado preferencial: los países de ingresos altos que están invirtiendo cantidades muy importantes de dinero, lo que conceptualmente no se sostiene; ya que, en el caso de control de enfermedades infecciosas susceptibles a ser prevenidas por vacunas, la universalización de la vacunación de la población vulnerable es imprescindible, al margen de que se trate de pobres, ricos, inmigrantes, originarios, etc.
Nos enteramos, una vez que las dos primeras vacunas fueron aprobadas de emergencia por algunas agencias certificadoras, que algunos países de la región habían negociado directamente, en modo “bajo perfil” o confidencial, con los laboratorios correspondientes y que lograron algún triunfo, demostrado por una modesta cantidad de vacunas; vacunas que requieren de una “infernal” logística de “cadena de frío”, ratificando que el concepto para el desarrollo de estas vacunas no tomó en cuenta el contexto de países poco desarrollados. Es de esperar que estas dosis sean suficientes para vacunar, al menos, al personal de salud de primera línea.
Será muy importante, en la alocada carrera de las vacunas, que el mecanismo de las Naciones Unidas (COVAX) funcione, pueda alcanzar sus objetivos y así lograr una distribución equitativa de las vacunas anti COVID-19. Aunque en el primer round ha quedado algo desfasado, tiene un arduo trabajo por delante que debería ser apoyado.
En esta vorágine de situaciones y sucesos, la lucha contra las desigualdades e inequidades se hace cada vez más urgente y necesaria; lucha amplia, de visión sistémica incorporando nuevos elementos; por ejemplo, reducción de brechas en biotecnología; brechas en funciones esenciales de salud pública, tales como vigilancia epidemiológica, investigación, promoción de la salud, capacitación del personal de salud, y otros.
La necesidad de recursos financieros y de talento humano calificado será formidable y el rol de la banca de desarrollo puede ser un factor decisivo y fundamental para salir victoriosos, si es que se actúa de manera coordinada y sinérgica.
¿Volveremos a la normalidad prepandemia?
Al menos no en el corto plazo, pero podríamos aprovechar el tiempo para discutir sobre qué tipo de normalidad es a la cual pretendemos llegar postpandemia.