Hacia una América Latina más verde
Lejos de estar entre los principales emisores de gases de efecto invernadero, hay muchas razones por las que América Latina y el Caribe debe estar en el centro de las acciones para combatir el cambio climático y el calentamiento global. Si bien la región alberga la mitad de la biodiversidad del planeta y el 57% de todos los bosques primarios, es sin duda una de las más afectadas por los riesgos climáticos actuales y futuros: los patrones cambiantes de lluvias, el derretimiento de los glaciares andinos y el aumento de niveles ácidos y marinos en los océanos Pacífico y Atlántico, entre una larga lista de eventos.
Estos efectos tendrán consecuencias directas en las economías regionales, que incluso antes de la pandemia ya estaban mostrando una desaceleración, y que después del Covid-19 estarán más débiles, pobres y endeudadas. Ante esta realidad, la apuesta por el crecimiento verde aparece como la más segura y sensata para el bienestar de los latinoamericanos.
Necesitamos adelantarnos a la inevitable transición hacia economías limpias que el mundo está experimentando. En América Latina, esto debe hacerse acelerando la transición energética, fortaleciendo la reforestación y la recuperación forestal, y apoyando a las industrias con mejores condiciones financieras para reducir su huella de carbono. Estos esfuerzos deben considerar la tecnología como un instrumento clave en la protección de los recursos naturales y los ecosistemas de la región.
Las necesidades financieras del crecimiento verde son abrumadoras, pero algunos mecanismos pueden acercarnos a ellas. A nivel mundial, necesitamos duplicar las inversiones en proyectos de energía, hasta 5.000 billones de dólares para 2030, para enfrentar el desafío de ser neutros en carbono para 2050, según la Agencia Internacional de Energía. Paralelamente, según el PNUMA, hasta 2050 necesitamos invertir 8,1 billones de dólares para proteger los ecosistemas naturales y la biodiversidad.
En 2019, el financiamiento verde en América Latina alcanzó casi los 8 mil millones de dólares, pero la brecha de financiamiento necesaria para la adaptación al cambio climático fue de 110 mil millones. La región sigue dependiendo en gran medida de los combustibles fósiles, al tiempo que mantiene sistemas de producción y servicios con bajos niveles de modernización e intensivos en el uso de recursos naturales.
Es fundamental adoptar nuevos instrumentos financieros que permitan optimizar el uso del capital, así como fortalecer las fuentes actuales de financiamiento verde en los mercados de capitales. En este sentido, los bancos multilaterales jugarán un papel importante en catalizar inversiones adicionales y ofrecer a los inversionistas la seguridad que a menudo necesitan para realizar grandes desembolsos. El camino del crecimiento verde también implica conectarse con actores locales, como los bancos nacionales de desarrollo y los bancos comerciales.
A pesar de la magnitud de los desafíos presentados, América Latina y el Caribe tiene potencial para reorientar su rumbo. Desde CAF -banco de desarrollo de América Latina- planteamos una agenda para convertirnos en el banco verde de América Latina. Esta agenda verde se basa en alinear los sectores económicos para trazar pautas que reorienten su marco de planificación hacia la responsabilidad social, la sustentabilidad ambiental y un enfoque de desarrollo bajo en emisiones de gases de efecto invernadero y resiliente al cambio climático.
Bajo este enfoque, buscamos generar una oferta financiera competitiva así como soluciones técnicas que permitan a América Latina convertirse en un actor destacado en la acción climática global. Esto se puede lograr mediante la movilización de recursos para financiar proyectos ambientales, forestales, hídricos, climáticos, de gestión de desechos, eficiencia energética y agricultura sostenible. Nuestro compromiso se verá reflejado en nuestra aprobación anual de las proyecciones de operaciones de financiamiento verde, que pasarán del 26% en 2020 al 40% estimado en 2026.
Queremos ayudar a América Latina y el Caribe a convertirse en una de las regiones emergentes más enfáticas en la geopolítica global, especialmente en lo que respecta a la acción climática. Por eso debemos esforzarnos por preservar ecosistemas tan valiosos para el planeta como la Amazonía, uno de los pulmones del mundo, una vasta región que comparten Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela.
Durante estos tiempos de pandemia, hemos sido testigos del papel que pueden desempeñar los organismos internacionales y las instituciones multilaterales para ayudar a superar una crisis satisfaciendo las necesidades de financiación y coordinando los esfuerzos de los diferentes actores. Durante las próximas décadas, debemos promover la cooperación entre los sectores público y privado para fortalecer la acción climática, el desarrollo sostenible, el intercambio de conocimientos y un mejor equilibrio con la naturaleza. Ese es el caso de iniciativas como el Pacto Leticia, que aportan un gran valor a la promoción de la conservación de la Amazonía.
Vivimos en un mundo donde existe una profunda desconexión entre las actividades humanas y la capacidad de nuestro planeta para absorber nuestra forma de vida. Es urgente consolidar una gobernanza regional que permita abrir la senda verde del crecimiento. En América Latina y el Caribe, la recuperación y el crecimiento deben ser necesariamente ecológicos, digitales y centrados en las personas.