Desigualdades educativas en Uruguay: La secundaria como cuello de botella para la movilidad social futura
Por Diego Barril, Lucila Berniell, Dolores de la Mata y Cecilia Llambí.
Uruguay vivió entre el 2002 y el 2019 el período de expansión más importante de su historia reciente, con un crecimiento acumulado del 87% a precios constantes. El incremento de la actividad económica se reflejó en los indicadores sociales: la pobreza se redujo de 32,5% en 2006 a 8,2% en 2019, mientras que el índice Gini pasó de 45,9 en 2006 a 39,7 en el 2019, denotando una mayor igualdad en la distribución del ingreso.
No obstante, a pesar del virtuoso desempeño a nivel macroeconómico, el ámbito educativo ha tenido resultados disímiles, con áreas donde el avance fue muy escaso. Un primer aspecto positivo es el aumento del promedio de años de educación de los adultos jóvenes. Sin embargo, ese crecimiento no ha cerrado la brecha entre personas del quintil más alto y el más bajo de ingresos, la cual se mantiene en alrededor de un 60%. Esto contrasta claramente con lo observado a partir del análisis de encuestas de hogares para el resto de los países en América Latina, donde la expansión educativa ha ido parcialmente cerrando brechas socioeconómicas en los años de educación formal alcanzados por los adultos jóvenes.
Para entender mejor esto, vale analizar la situación de los distintos niveles educativos. Uruguay logró en los últimos quince años importantes progresos en la cobertura alcanzada por los niveles educativos de los extremos. Por un lado, las tasas de escolarización bruta de niños entre 3 y 5 años han mejorado considerablemente, y lo han hecho además de la mano de cierres de brechas socioeconómicas y también en la dimensión urbano-rural. La mayor expansión ocurrió entre los niños de 3 años, para los que se amplió la oferta de Centros de Atención a la Infancia y la Familia (CAIF) y centros de educación inicial públicos. En la otra punta se encuentra la notable expansión de matrícula universitaria que se observa desde hace poco más de diez años, y que ha llegado casi a duplicar la cantidad de ingresantes por año en la universidad pública. Esto ocurrió en el marco de la desconcentración territorial y expansión de los centros regionales en el interior del país de la Universidad de la República (UDELAR), así como por la creación y expansión de la Universidad Tecnológica (UTEC), también con principal foco en el interior. Un resultado auspicioso de estas expansiones es el de tener hoy una importante fracción de universitarios que son “primera generación” en sus familias. Sin embargo, esta primera generación no se compone de los jóvenes de los entornos más vulnerables del Uruguay, sino que son mayoritariamente hijos de padres que al menos completaron la educación secundaria.
En buena parte, estos problemas del progreso educativo en Uruguay se asocian con el cuello de botella que ejerce el nivel secundario, especialmente en los jóvenes de menor nivel socioeconómico. Si bien se lograron importantes avances en el acceso a la secundaria en los últimos años, las tasas de matriculación bruta de jóvenes de 13 a 17 años en el quintil más pobre están aún entre las más bajas de toda América Latina. Esto contrasta con lo observado entre jóvenes del quintil más rico, para quienes las tasas de matriculación se encuentran en los niveles más altos de la región. Al considerar la finalización del nivel secundario en vez de la matriculación, las brechas se agrandan aún más. Estas desigualdades en el nivel secundario se traducen luego en grandes diferencias en la matriculación en niveles educativos más altos, que posicionan a Uruguay entre los países con menor porción de jóvenes del quintil más pobre cursando algún tipo de educación superior y entre los que tienen un mayor porcentaje de jóvenes del quintil más rico matriculados en estos niveles educativos (comparable a los casos de Argentina y Chile).
Esta evidencia contrasta con la historia de altos niveles educativos del Uruguay de comienzos del siglo XX. Un análisis hecho en base a datos de censos de población y vivienda que cubren las condiciones de vida en 22 países de América Latina y el Caribe durante todo el siglo pasado, nos ayuda a entender mejor estos patrones. La Figura 1 muestra las fracciones de personas nacidas en distintas décadas durante el último siglo que completaron distintos niveles educativos. Uruguay fue uno de los países latinoamericanos con mayor fracción de su población completando el nivel educativo considerado alto para inicios del siglo pasado, el nivel primario. Pero desde entonces, y en contraste con los avances en casi todos los países de la región, Uruguay ha quedado rezagado. La fracción de personas que completan el nivel secundario o más se ha ido estancando para las personas nacidas desde 1950 en adelante. Por ejemplo, para los nacidos en los 80s, la fracción que completó al menos la secundaria supera el 50% para el promedio de 22 países de América Latina y el Caribe mientras que es cercano al 40% para Uruguay.
Este magro avance en la finalización de los niveles más altos de educación ha limitado también las posibilidades de movilidad educativa ascendente. Si nos centramos en los jóvenes con padres que no terminaron la secundaria, la fracción que logra terminar ese nivel se ha estancado en Uruguay, y hasta para algunas cohortes ha mostrado un retroceso, lo cual difiere de lo sucedido en el resto de la región (Figura 2). Este no ha sido el caso para la educación primaria, donde la evolución de la movilidad ascendente en Uruguay es similar a la observada en la región.
Es importante tener en mente estas fuentes de desigualdad educativa que, si bien se manifiestan de manera evidente en la educación secundaria, no es solo allí donde se encuentran las causas. La formación de habilidades es un proceso lento, que comienza temprano en la vida y que se alimenta de las contribuciones de múltiples ambientes de formación, que exceden al rol de las instituciones educativas formales. Por eso es importante tener en cuenta que las desigualdades observadas en cierto momento de la vida de las personas pueden ser el reflejo de múltiples desigualdades que operan en dimensiones tan variadas como la escuela, la familia y otros contextos que pueden cimentar o entorpecer las posibilidades de un mayor y más igualitario nivel de capital humano en las futuras generaciones.
En este sentido, resulta crucial continuar fortaleciendo la oferta y la calidad de los servicios dirigidos a la primera infancia (cuyos impactos podrán visualizarse en el mediano y largo plazo), así como también atender los cuellos de botella que obstaculizan el tránsito exitoso por la educación secundaria de las actuales generaciones jóvenes y revincular a los que han abandonado el ciclo. En ese marco, el apoyo de CAF a Uruguay en el sector educativo se focaliza en dos grandes ejes: por un lado, financiamiento para la ampliación de la oferta (infraestructura), principalmente de centros CAIF y de educación inicial (jardines de infantes y escuelas); por el otro, acciones de asistencia técnica para mejorar la calidad de la atención a la primera infancia y para desarrollar iniciativas que contribuyan a mejorar las trayectorias educativas y la adquisición de habilidades relevantes para la inserción en la sociedad contemporánea. Con estas acciones, CAF acompaña a Uruguay en la senda de la reducción de las desigualdades educativas para sentar las bases de un proceso de crecimiento sostenible con inclusión social en el futuro.